El perro Tarzán
2 min readEn la ciudad de los perros, más concrétamente en el barrio que se tenía reservado para ellos, había uno que se encontraba en el centro de la manada por su orgullo, valentía y guaponería. Pero lamentablemente, no todas las cosas duran para siempre. Hay momentos en los que las fuerzas, la energía, la fortuna y las adversidades dan duro en el hueso y poco a poco esa hidalguía va flaqueando y hace que el monstruo grande y poderoso, se convierta en un alfeñique.
Nuestro perro, orgulloso una vez de su fuerza y poder de dominio en el barrio, se debilitó tanto que llegó a compararse con uno de esos viralatas callejeros, llegando al punto en el que nadie le hacía caso, ni le tenía miedo.
El perro ya no ladraba como antes y difícilmente lo encontraban en medio de la pandilla haciendo acrobacias. Los otros perros más jóvenes y atrevidos le cortaban los ojos, se reían a sus espaldas, escupían en su cara, inventaban apodos denigrantes para mofarse de él, en fin, se volvió insignificante antes los demás y ya nadie le hacía caso. De ser el macho alfa, pasó a ser la burla de todos.
Pasó el tiempo y nuestro pobre perro amigo no contaba con la ayuda de nadie y debilitado por las dificultades que se le iban presentado día tras día, llegó al extremo en el que fácilmente se desvanecía y caía en medio del pavimento entre la muchedumbre. Algunos por compasión le echaban un jarro de agua para refrescar su cuerpo agotado por el sol, otros hasta dejaban caer algunas migajas de pan, que él humildemente comía, como la mujer cananea del evangelio.
Y como a toda historia le llega un desenlace, también a nuestro amigo abandonado le llegó la hora de recoger lo bueno y lo malo que hizo, dándose cuenta de que la mayor parte de su vida había sido sólo ostentación y no cosechó nada concreto que pueda acumularse como homenaje a la vida. Finalmente, ayer vi pasar por mi ventana, empujado a palos y mascarillas bien colocadas, a aquel que de todos se había reído y de quien todos se habían reído en su etapa final.