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La Parábola de los Talentos. Domingo XXXIII el Tiempo Ordinario. Ciclo A.

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Las tres lecturas de hoy, a saber aprovechar el tiempo, porque nunca sabemos cuándo se nos acaba.

No es superfluo mirar hacia adelante. No es de “alienados” el pensar en lo que nos espera al final del camino. Es más bien, como nos decían las lecturas del domingo pasado, la verdadera sabiduría. Como es sabiduría para un estudiante pensar en el final del curso y sus exámenes ya desde octubre. Como es sabiduría para un deportista ir acumulando puntos desde el principio de la competición.

La primera lectura es una alabanza a la mujer trabajadora. Un buen modelo, entre poético y realista, descrito en un marco más bien doméstico; pero la imagen sirve: no quiere ser una apología de la mujer metida en casa. Quiere -en la trilogía de lecturas de hoy- hacer un eco a la parábola de los talentos: cada uno en lo suyo debe saber dar frutos para el bien común.

San Pablo, a los cristianos de Tesalónica, les urge a vivir en vigilancia, porque el tiempo es breve y se puede acabar imprevisiblemente: las imágenes del parto y del atraco son por demás elocuentes.

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Pero la parábola descrita por Jesús es la que da el tono al mensaje bíblico de hoy: hay que trabajar los dones recibidos; no sólo no mal gastarlos -ninguno de los tres siervos lo hace- sino multiplicar sus frutos. Cuando vuelva el señor pedirá a todos cuenta de los dones que les había encomendado. No importa cuánto les dio, sino la diligencia que han empleado para administrar lo poco o lo mucho que recibieron.

La parábola de los talentos referida por Mateo (25,14-30) es gemela de la que nos ofrece Lucas sobre las minas (Lc 19,12-27). La finalidad fundamental de ambas es inculcar la responsabilidad de los cristianos y su forma de vida antes de que sean llamados al último encuentro con el Hijo del hombre.

Las dos parábolas son el desarrollo de la tesis siguiente: al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado (Mc 4,35; la forma pasiva de la expresión indica que es Dios el autor de la acción).

Mateo la elaboró desde la necesidad de inculcar la vigilancia ante el retraso de la parusía Después de “mucho” tiempo, volvió el amo (v. 19). No debe decaer la fidelidad ni el esfuerzo exigidos a sus “siervos” en su trabajo, por la tardanza en la venida de su Señor. El volverá y retribuirá a cada uno según su trabajo y fidelidad. Esta venida última, para cada creyente, tiene lugar el día de su muerte, en el momento de su último encuentro con el Señor en este mundo.

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El reparto desigual que un hombre rico hace de sus talentos entre sus siervos pretendía ante todo, así lo cuenta la parábola, hacer que su capital fructificase en manos de sus criados.

Para ello tiene en cuenta su capacidad de trabajo y su habilidad para negociar. Los dos primeros siervos de la parábola duplican el capital inicial que les había sido confiado. No se nos dice cómo. Sencillamente porque no interesa para la lección de la parábola.

El verbo “ganar” se aplica en el lenguaje de la época a la permanencia esforzada de los convertidos. El capital entregado a cada uno difiere en Mateo. A uno le encomienda cinco talentos, a otro dos y al tercero uno. Una cantidad enorme, equivalente al salario que se podía ganar en ciento cincuenta años, en sesenta o en treinta, respectivamente.

La recompensa descrita en la parábola implica, significa claramente la vida eterna, una clara referencia a la realidad religiosa. Entra en el gozo de tu Señor. Este premio concedido a los siervos fieles, y precisamente por su fidelidad laboriosa a las consignas de su señor, significa claramente la vida eterna, el reino de Dios (Rom 14,17). El calificativo “fiel” es sinónimo de “digno de confianza”, “arriesgado” y también “creyente”.

Las lecturas primera y tercera exhortan al trabajo y a hacer fructificar los dones del Señor. La segunda lectura nos anima a estar vigilantes y a vivir con sobriedad, para esperar siempre la venida del Señor. La Iglesia quiere fijar nuestra mirada de creyentes en el «Día del Señor», el día del retorno definitivo de Cristo, al final de la historia y de los tiempos, para coronar su obra de salvación (Ef 1,10). No podemos, no debemos, prepararnos para la eternidad, relegando temerariamente esa preparación para el último instante de nuestra existencia terrena.

La liturgia nos invita a considerar que la vida es un talento, un don, que el Señor nos dio y que debemos hacer fructificar. Este domingo 33 del tiempo ordinario prepara de un modo inmediato la solemnidad de Cristo Rey del Universo. El día del Señor, nos dice Pablo en la carta a los Tesalonicenses, llegará como un ladrón, de modo inesperado y, por ello, debemos vigilar y vivir sabiamente para no ser sorprendidos.

Si los que pueden conservar íntegro todo lo que se les a dado deben tener pena tan dura, ¿qué esperanza les queda a quienes lo mal gastan de forma impía y pecaminosa…?”(Sermón 351,4)

La lectura de hoy, tomada de San Mateo, recoge en la parábola de los talentos esta doctrina fundamental. Tres personas reciben de su amo los talentos. El primero, cinco; el segundo, dos; el tercero, uno. El talento significaba entonces una moneda, se podría decir un capital; hoy lo llamaríamos sobre todo la capacidad, las dotes para el trabajo. El primero y el segundo de los siervos, han duplicado lo que han recibido. El tercero, en cambio, esconde su talento bajo la tierra y no multiplica su valor.

En los tres casos se nos habla indirectamente del trabajo.

Partiendo de estas dotes que el hombre recibe del Creador a través de sus padres, cada uno podrá realizar en la vida, con mayor o menor fortuna, la misión que Dios le ha confiado. Siempre mediante su trabajo. Esta es la vía normal para redoblar el valor de los propios talentos. En cambio, renunciando al trabajo, sin trabajar, se derrocha no sólo «el único talento» de que habla la parábola, sino también cualquier cantidad de talentos recibidos.

Los talentos de los que habla Jesús son la Palabra de Dios, la fe, en una palabra, el reino que ha anunciado. En este sentido la parábola de los talentos conecta con la del sembrados. A la suerte diversa de la semilla que él ha echado -que en algunos casos produce el sesenta por ciento, en otros en cambio se queda entre las espinas, o se lo comen los pájaros del cielo-, corresponde aquí la diferente ganancia realizada con los talentos.

Los talentos son, para nosotros cristianos de hoy, la fe y los sacramentos que hemos recibido. La palabra nos obliga a hacer un examen de conciencia: ¿Qué uso estamos haciendo de estos talentos? ¿Nos parecemos al siervo que los hace fructificar o al que los entierra? Para muchos el propio bautismo es verdaderamente un talento enterrado. Yo lo comparo a un paquetme lo regalo que uno ha recibido por Navidad y que ha sido olvidado en un rincón, sin haberlo nunca abierto o tirado.