Mar. Abr 16th, 2024

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¡Guías ciegos!

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“Déjenlos: son ciegos que guían a ciegos. Si un ciego guía a otro ciego, caerán los dos en el hoyo” (Mt 15,14).

Se habla mucho de la ceguera espiritual que padece gran parte de la humanidad y que les impide ver, descubrir la presencia y accionar de Dios en la vida diaria: “No hay peor ciego que aquel que no quiere ver”, dice el refrán. Y es que hay de ciego a ciego. El soberbio, el altanero, el orgulloso, el mentiroso tiene un tipo de ceguera interior y muy peligroso. El mayor peligro es cuando estos ciegos están guiando a otros por un camino que no conocen y creen conocerlo, pero que en realidad los lleva a su perdición. Los ciegos caminan en las tinieblas, rechazan la luz, la verdad; son constructores de mentira y de muerte. Jesús dijo: “Si permanecen en mi palabra, serán de verdad discípulos míos; conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Jn 8,31.32).

Fuimos creados libres. La libertad viene de Jesucristo, de su seguimiento. El que no es de Jesucristo, es de otro, le pertenece a otro: al diablo: “Ustedes son de su padre el diablo y quieren cumplir los deseos de su padre. Él era homicida desde el principio y no se mantuvo en la verdad porque no hay verdad en él. Cuando dice la mentira, habla de lo suyo porque es mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8,44).

El diablo se cree y actúa como el amo de este mundo; presume de que todo se le ha sido dado y al que se postre ante él y le adore, le entregará toda esta riqueza terrena en sus manos. Fue el ofrecimiento que le hizo al mismo Jesús. Ese ofrecimiento sigue siendo parte de nuestro caminar hoy en día. Hay muchos que han sucumbido a esta propuesta y engaño del padre de la mentira; son esos ciegos que caminan en la tiniebla, en el engaño y en el libertinaje hacia la muerte y que arrastran a otros a su misma suerte. Son los que no han aprendido a escuchar la voz del verdadero Dios, y se han dejado confundir y engañar por el embaucador, por el asalariado, que no es más que un ladrón.

Quieren éstos que toda la humanidad lo asuma como su padre; hacen todo lo posible por imponérnoslo como una dictadura, ¡y vaya que lo han logrado en muchas sociedades! Siguen avanzando con su paso arrollador, cual aplanadora que, más que quitar los obstáculos del camino, lo que hace es destruir sin piedad ni miramientos todo lo que a su paso encuentra para borrar de cuajo a todo aquel que no piense ni asuma sus postulados progresistas.

Por eso, el verdadero cristiano que vive como un hijo de Dios, – y no presume nada más de serlo -, no se deja engañar porque conoce muy bien la voz de su Dios y Señor; se pone en sus manos para que le guíe a lugares seguros donde la puerta está siempre abierta y poder entrar y salir en libertad. Al que vive como hijo de Dios, el orgullo, la codicia y la impureza no tienen dominio en él. El verdadero cristiano está en un camino constante de conversión; lucha por no dejarse dominar por la mentira, por tener los ojos siempre abiertos, sanos con la luz de Cristo: “La lámpara del cuerpo es el ojo.

Por eso, si tu ojo es sencillo, todo tu cuerpo estará iluminado. Pero si tu ojo es malicioso, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Y si la luz que hay en ti es tinieblas, ¡qué grande será la oscuridad!” (Mt 6,22-23). Muchas naciones se han conjurado contra el Señor; han abandonado al Dios único, vivo y verdadero, para ir detrás de un ídolo, del becerro de oro que les ha engañado con sus mentiras y falsedades, con su progresismo y modernismo añejos. Un ídolo ciego que arrastra consigo a otros ciegos hacia un abismo eterno. El cristiano debe ser realista; con un realismo que no es otra cosa que atención completa a los signos de los tiempos.

Y es que lo más importante es el ser humano, porque es el único a quien Dios ha ofrecido su amor: “Sabiendo, ante todo, que en los últimos días vendrán burlones con todo tipo de burlas, que actuarán conforme a sus propias pretensiones y dirán: ¿En qué queda la promesa de su venida? Pues desde que los padres murieron todo sigue igual, como desde el principio de la creación… El Señor no retrasa su promesa, como piensan algunos, sino que tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie se pierda, sino que todos accedan a la conversión… Pero nosotros, según su promesa, esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia” (2Pe 3-16).