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Dios, una cubeta y un suape

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@Ewtn

Me había extraviado buscando el salón donde estaban reunidos los miembros de un retiro basado en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. Llegué con retraso, la noche anterior al recinto, y recibí de una amiga información sobre la jornada del día siguiente, tema, horario, pero no el lugar. Y ese detalle, el salón donde nos reuniríamos, en un complejo tan amplio como Manresa Loyola, resulta indispensable.

Los cantos

De modo que, cuando escuché un canto, en ese momento, mi grupo celebraba las laudes, me guíe por la melodía, convencida de que allí estaban las personas que buscaba. Pero, al entrar al salón, solo había una señora,  de mediana edad, que, bañada en sudor, arrastraba una gran cubeta y un suape, con el cual limpiaba el piso.

La Cantante

Las voces que creía escuchar, era una sola, la de ella, que seguía entonando himnos cuando entré. Al verme, se detuvo y me dedicó una amplia y preciosa sonrisa.  Tras responder,  con mucha amabilidad,  los buenos días, preguntó qué deseaba. Le conté que buscaba el salón donde debían estar celebrando las Laudes, los participantes de un retiro al que iba a integrarme. Ella no tenía la información, pero sugirió una sala cercana, la que habitualmente se utiliza. Hacia allí me dirigí. Tenía razón, encontré a mi grupo.

Evangelizando

Pese a mi retraso, inicié el retiro con esperanza, la primera impresión sobre el lugar, me la había dado esa señora, que, sin proponérselo, también, me había evangelizado. A las 7:30 de la mañana ya estaba avanzada  en su jornada, lo que hace suponer que madruga mucho a diario. Su trabajo no es fácil, trapea los pisos de un recinto enorme, además, con este calor terrible que nos hace sudar hasta sentados. En su caso, como ya dije, estaba bañada en sudor. He visto a muchas señoras  envueltas en ese tipo de faena, algunas, malhumoradas y hoscas, uno podría pensar que con razón. Pero en el retiro nos hablaron de una frase conocida, nuestra vida es un 10 por ciento lo que nos pasa y un 90 por ciento lo que hacemos con eso que nos sucede. Esta mujer debería dar clases sobre ese concepto.

El mejor testimonio

Contrario,  a lo que muchos de nosotros hacemos, agobiados por el trabajo, ella cantaba, sonreía y  estuvo dispuesta a ayudarme. Su rostro, lleno de paz y de luz, fue el mejor testimonio de la existencia de Dios del que, sin palabras, fui testigo en el retiro. Me mostró lo que es una cristiana de verdad, llena de Espíritu Santo, afanando con un suape y una cubeta en las manos.