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Amar, servir, reír, rezar y bailar

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Ante un ataúd blanco, colmado de flores, un grupo pequeño de familiares y amigos despedimos a Fidelia Jiménez Pacheco, la tía Pinda, prima de mi padre, Cuto Estévez Pacheco. En ese momento final de su existencia, quedó plasmada la personalidad única que tuvo tía Pinda.

Servía y rezaba

Un diácono habló de su entrega al servicio parroquial, de su bondad, que la impelía a quitarse la comida de la boca para alimentar a otros, de su compromiso ante las cosas de Dios. Y pensé, entonces, en otra tía, Tatica, residente en el exterior, pero cómplice de Pinda en muchas cosas, incluida la fe. La tía Tatica me había contado, justo el día que murió tía Pinda, que esta última rezaba el rosario a diario. Así, al escuchar al diácono, y pensar en el detalle de su devoción mariana, la vi como una señora religiosa y formal, pero ella era mucho más.

Siempre de fiesta

Su yerno, Ernesto Ureña, recordó que conoció a tía cuando estuvo en su casa por el año 1965. En esa época, aquel hogar era el punto de encuentro de artistas, entre los Pacheco hay varios músicos, y allí se hacía una fiesta todas las noches. La alegría y el buen humor de la tía Pinda, que te arrancaban carcajadas, fueron otros rasgos de su personalidad señalados por Ernesto, quien habló a nombre de su esposa Kennida, la única hija de Pinda, sus nietos y biznietos.

En fila

Luego, las sobrinas de Pinda, Gladys y Margarita, hijas de su hermano Rafael, describieron  a la tía amorosa, ocurrente y solidaria, que las ponía en fila para lavarles el pelo y dedicaba los sábados a echar agua a la casa. Y mi hermano Henry señaló el vínculo que unía a tía Pinda con nuestro padre, tan fuerte que, a 36 años de la muerte de este, sentimos la obligación moral de asistir a la última despedida de su querida prima.

Matices

En fin, Fidelia Jiménez tuvo una vida rica, de la que, admito, nunca estuve cerca. Aunque siempre que hablábamos, como la última vez, hace unos meses, era la misma, simpática y cariñosa. A los 91 años estaba lúcida, hasta que llegó el percance de salud que se la llevó en poco tiempo. Me duele porque no fui a verla y, cuando la llamé, ya no pude comunicarme. Creo que mi descuido vino de un deseo interior: recordarla como la escuché la última vez, la tía Pinda de siempre. Fidelia Jiménez, tal vez, llegó al cielo en medio de un concierto de sus primos Cuto Estévez y Papa Molina Pacheco. Pues murió el día de la Santa Cecilia, la patrona de los músicos. Dios le hizo ese regalo a esa hija suya tan llena de alegría que, en su larga vida, fue capaz de amar, servir, reír, rezar y bailar.