PERDERSE Y SER ENCONTRADO: DEJARSE CONDUCIR AL CORAZÓN DE DIOS
3 min readEVANGELIO DE HOY: 7/12/21 (Mt 18,12-14).
Se nos narra la parábola de la oveja perdida, a la que el pastor busca dejando a las noventa y nueve en el corral. Meditemos estas enseñanzas basándonos en dos cuestiones: ¿por qué se pierde la oveja? ¿Por qué la buscan?
¿POR QUÉ SE PIERDE?
El texto no deja evidencia del por qué se pierde la oveja; quizás nosotros hemos de responder con nuestras propias razones. Hemos de enumerar las causas por las cuales, en ocasiones, nos distanciamos del Señor, de sus enseñanzas, de la seria vida de oración. En la lógica de la parábola, la oveja se aleja del rebaño… quizás se distrajo andando por los caminos, se habrá embelesado en algún paisaje, se despistó atraída por algún sonido… el hecho es que posiblemente, la curiosidad le hizo tomar un rumbo diferente y se perdió… Tengamos en cuenta que la oveja, sola, es indefensa. Su fuerza está en el rebaño. Se hace necesario, en este sentido, que ella misma experimente su vulnerabilidad, en la soledad de su noche, en la ausencia del grupo. Cuando la oveja se siente perdida, y sin saber regresar, entonces tiembla. Este temblor es necesario porque permitirá, en caso sea encontrada, no poner resistencia para regresar.
¿POR QUÉ LA BUSCAN?
… Ya dijo Benedicto XVI: “A Dios, en la Biblia, le llamamos padre, pero se comporta como una madre”. Esta parábola nos muestra el corazón materno de Dios. El corazón de madre no entiende de matemáticas, relativiza todo con tal de que ninguno se pierda. El texto no asegura que la encuentra, sino que deja abierta la posibilidad de no hallarla. El hecho es que la oveja perdida tiene al pastor procurando, andando, indagando…. A Él no le interesa completar un número cien, sino cada una. La intensidad de la búsqueda habla de la profunda alegría del encuentro. Llama la atención que la parábola concluye diciendo: “Lo mismo su Padre del Cielo: no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños”. No se dice que Él sale a buscar, sino que no quiere que se pierda. Es posible, en este caso, que Dios espere, como aquella parábola del hijo pródigo, que después de tocar fondo y tragar agua por la nariz, la gente, con sus pies, vuelva a casa. Dios respeta, mirando a lo lejos para ver regresar y festejar, a base de besos y abrazos, el encuentro.
Señor: con esta parábola nos enseñas el camino de la santidad. Nos santificamos custodiando la vida de los hermanos y hermanas, especialmente de aquellos pequeños y vulnerables que, con poca tenacidad, se ven tentados a distanciarse de ti. Deseas que seamos como San José en el cuadro de la Altagracia, que mantengamos la velita encendida, para que ninguna “brisa” apague la fe. Danos la gracia de no ser indiferentes a la gente que se marcha, que se enfría, sino que vayamos con los latidos de tu corazón a buscarlos para tu rebaño. Y a nosotros, buen pastor, danos docilidad para dejarnos llevar por tus brazos todas las veces que sean necesarias, sin resistencia.
- ¿He tenido experiencia de haberme perdido y ser encontrado nuevamente?
- ¿Qué postura tengo ante las personas que se enfrían en la fe?
- ¿Me dejo llevar al corazón de Dios?
- ¿Cuál es el riesgo de jugar a perderse?