JESÚS ENSEÑA: EL DIABLO INTERRUMPE. CON AUTORIDAD DIVINA LO SILENCIA.
3 min readEVANGELIO DE HOY: 11/1/22 (Mc 1,21-28).
El pasaje comienza diciendo que “Jesús y sus discípulos entraron a Cafarnaún”. Recordemos que en el evangelio de ayer, les había llamado para estar con Él y hacerles pecadores de hombres. Hoy, se muestra el escenario donde Jesús, mediante su vida y su obra les introdujo en cómo pescar a los hombres (recogerles los hijos a Dios). Se hizo verídica la promesa: primero estuvieron con Él, porque “llegaron al lugar, y sólo hasta el sábado fueron a la sinagoga, permaneciendo unidos”.
Jesús fue a enseñar a la sinagoga, y no como los escribas, porque lo hacía con autoridad. ¿De qué autoridad se trata? ¿Qué diferenciaba la enseñanza de los escribas de la enseñanza de Jesús? En la época, los escribas, expertos en la Ley, se habían formado en escuelas, con maestros entendidos; se deleitaban en sus conocimientos y manejaban las letras, las citas, la historia, saberes que les interrumpían la caridad, la compasión, la solidaridad, la coherencia… Pero Jesús, por su vida de oración, por su unidad con el Padre, bebía de la tradición desde el corazón del Espíritu, con extraordinario discernimiento que le hacía perfeccionar no sólo lo escrito, sino la costumbre, los estilos, la manera, aplicando las luces del cielo a la vida misma de los hombres y las mujeres. La Palabra, en Jesús, se hizo vida, sin distancia, sin frialdad. Las personas, con su enseñanza, pudieron experimentar la Palabra liberándolas, sanándolas, reedificándolas, devolviéndoles su dignidad, porque acontecía con la misma fuerza de Dios.
En el mismo espacio de la sinagoga se estableció el combate entre “la Palabra pura” y “los gritos inmundos”. Jesús enseñaba, el diablo interrumpía. No supo hacer silencio. La Palabra le quemaba, le inquietaba, le torturaba. Como salida astuta le cuestionaron: “Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno”. Observe el plural, “nosotros”; eran muchos, y conocían, de Jesús, tanto su origen humano: “Nazaret” como divino: “Santo de Dios”. Con todo, ese conocimiento del espíritu maligno no sirvió ni era válido para enseñar, sólo para acusar, confundir, armar caos y confusión. A Jesús tampoco le interesaba su declaración.
Una cosa queda clara en el evangelio: alguien tuvo que callarse para que la enseñanza lograra su propósito. La autoridad de Jesús fue suficiente para hacer eficaz los verbos: “cállate”, “sal” de él. O sea, aquí tenemos la primera pesca, un hombre rescatado del mar de la muerte e incorporado al campo de la vida. La rabia del maligno se dejó sentir retorciendo a su víctima, pero su vida quedó intacta.
Señor: hoy hemos aprendido que si deseamos participar en tu obra, como nos llamas, es necesario estar contigo. No puede haber obra del Reino sin estar con el Rey. Queremos estar en ti, y salir a pescar juntos. Danos ese silencio de los primeros discípulos, ese silencio santo donde se aprenden las cosas santas. Queremos ser tus testigos y discípulos misioneros de tus enseñanzas.
- En este momento ¿cómo se acogen las enseñanzas de Dios? ¿Cómo se interrumpen?
- ¿En qué autoridad se apoyan mi vida, mis acciones, mis palabras?
- ¿Me dejo instruir por las enseñanzas de Jesús?