Mié. Sep 18th, 2024

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SIN ESCONDER LAS “LEPRAS” ANTE EL SEÑOR FUE TESTIGO DEL: “QUIERO, QUEDA LIMPIO”.

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EVANGELIO DE HOY: 13/1/22 (Mc 1,40-45).

El evangelio de hoy nos narra sobre la experiencia personal de un leproso que mediante la voluntad, la compasión y el toque de Jesús quedó sano. Haremos un recorrido espiritual sobre este pasaje a fin de encontrar luces para nuestra vida de fe:

… el leproso se acercó a Jesús, tuvo la iniciativa. Una persona leprosa, en la época, pudiéramos decir que contaba con tres dolores en uno: dolor físico, dolor sicológico, dolor por el rechazo social… Este hombre se acercó a Jesús con impotencia. Vio en Él la esperanza, la fuente de salud y santidad para recuperar su salud física, su descanso mental, su incorporación comunitaria. El leproso, sin nombre, somos cada uno de nosotros, cuando no tenemos vergüenza de acercarnos a Jesús con todas las “lepras” (miserias) que vamos cargando, deseando con sinceridad que su toque nos transforme para vivir plenamente, sin agonías.

El leproso nos enseña la manera prudente y respetuosa de acercarnos a Jesús. De hecho, tengamos en cuenta que las mismas lepras le empujaron hacia Él, y la luz del cielo le providenció la manera de hacerlo. Lo hizo con súplicas, y de rodillas, abierto a su voluntad. La frase que le dirige: “Si quieres, puedes limpiarme”, muestra un profundo desapego al propio querer. Recuerda una santa que, sin visión, postrada en cama, escuchó la voz del Señor preguntándole: – “¿Quieres que te devuelva la vista?” Ella respondió: – “Usted es quien sabe”. Llegar a este punto, de aceptar la voluntad de Dios independientemente de nuestras necesidades y deseos, es santidad.

El pasaje bíblico muestra que el leproso llegó bien cerca de Jesús, cosa, en el contexto social, prohibido. Entremos en la escena de este enfermo caminando hacia Él. Y Jesús aguardando… Los olores de la compasión se dejaron sentir; y fueron más fuertes que los olores de las llagas. Jesús tuvo compasión. De ese profundo sentimiento llegó la acción complementaria: “…extendió la mano y lo tocó”. Jesús no sintió repugnancia, ni escrúpulos, no le importaron las críticas, sencillamente, con su gesto, acompañado de sus palabras, quedó reafirmado su “Quiero: queda limpio”.

Hacemos nuestra la oración de San Agustín en el libro de Las Confesiones: “¡Ten compasión! ¡Ay de mí! Mira aquí mis llagas, no las escondo; tú eres médico, yo enfermo; tú eres misericordioso, yo miserable”. Ese “Quiero: queda limpio” siempre nos espera cada vez que nos aproximamos a nuestro Señor, cansados del olor de nuestras “lepras”, movidos por el deseo de quedar limpios en la fuente de toda santidad.

  1. ¿Las “lepras” de mi vida: las escondo o las presento al Señor?
  2. ¿Cuál es la actitud con la cual me acerco a suplicar al Señor?
  3. ¿Cómo me comporto con los demás “leprosos” luego de yo haber quedado limpio gracias a la compasión del Señor?