Mié. Sep 18th, 2024

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SIMEÓN Y ANA: ESCUELA CONTEMPLATIVA PARA LA VIDA CONSAGRADA

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EVANGELIO DE HOY: 2/2/22 (Lc 2,22-40)

Hoy celebramos la vida consagrada. A partir del bautismo todos y todas somos consagrados al Señor; pero además de esta consagración, hay personas que movidas por un llamado de Dios, dan un paso más a lo que se llama “vida de especial consagración” fundamentada en votos y promesas; ésta es la comunidad creyente que hoy festeja su día (hermanas y hermanos de diversas congregaciones religiosas, monjas y monjes, vírgenes consagradas, ermitaños, institutos seculares, sociedad de vida apostólica…).
 
¿Qué significa, en este sentido, consagrarse a Dios? Pudiéramos decir que se trata de “reservarse para Dios”, “pertenecerle”, “disponerse a su servicio”… Dos cuestiones ha de tener clara quien se consagra: “quién es” y “a quién pertenece”. Aquí se despierta un serio sentido de identidad, saberse propiedad de Dios implica una actitud de vida. No se espera otra cosa de la persona consagrada que no sea caminar itinerantemente hacia la unión integral con su Amado.

Ese es el núcleo fundamental que mantiene la alianza renovada, el fervor, el fuego del convencimiento, el brillo en los ojos, el sentido de felicidad. Los votos de pobreza, castidad y obediencia son manjares espirituales que permiten la libertad necesaria para meterse en Dios “como el agua en el pez y el pez en el agua”.

Sabiendo que la persona consagrada está arropada, en su flaqueza, de fuertes ataques que amenazan su identidad, porque la identidad es el foco que el demonio acecha, el evangelio de hoy, mediante Simeón y Ana, nos brinda una serie de estrategias para conservar el horizonte inspirador:
 
Simeón tiene y conserva en su vida interior la esperanza y el consuelo divino, porque le gobierna y dirige las mociones del Espíritu Santo. Así el consagrado ha de ser signo de esperanza y consuelo en medio de su pueblo, desde las diversas circunstancias donde se encuentre. Como el viejo Simeón, ha de cultivar la dimensión contemplativa, ojos despiertos, atentos, para identificar el rostro del Señor cuando pase a manera desapercibida, sencilla, humilde, cotidiana… el resultado de este encuentro es bendecir. El consagrado es hijo o hija de la bendición y se espera que su corazón y su boca bendigan sin cesar: con la mirada, con el reflejo, con la sonrisa, con las actitudes, con la entrega total de la vida a los más necesitados, sin regateos… Siendo así, para dirigirse al Señor, tomaría prestadas esas palabras: “ahora Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz…”.   
 
Como fácil es desenfocarse de tan santo propósito de vida, la abuelita Ana nos da las pautas para perseverar fielmente en las promesas al Señor: no apartarse de Él ni de día ni de noche. Servirle en santidad y justicia, en su presencia, alimentados y sostenidos por la adoración, la vida sacramental, la seriedad en la oración, la entrega a los demás… y otras mediaciones que permiten que los apostolados no sucumban como sencillas obras sociales. Porque como se ha dicho: “no se puede afanar por las obras del Reino y olvidarse de estar con el Rey”.
 
Señor Jesús, tú que eres fuente de consagración, venimos ante ti, te pedimos que nos ayudes a ser fiel al compromiso que con gratitud hemos hecho. La consagración no es broma. Despierta en nosotros la conciencia de lo que significa ser exclusivamente para Dios y para su servicio. Eleva nuestro espíritu a tu santidad. Despierta y espabila en nosotros las ganas de amar a la perfección. Perdona las tibiezas que nos invaden de vez en cuando. Renueva nuestro amor.

En vez de preguntas, sintetizamos hoy con una hermosa oración de Pedro Arrupe, Sj.:

“No hay nada más práctico que encontrar a Dios. Es decir, enamorarse profundamente y sin mirar atrás. Aquello de lo que te enamores, lo que arrebate tu imaginación, afectará todo. Determinará lo que te haga levantar por la mañana, lo que harás con tus atardeceres, cómo pases tus fines de semana, lo que leas, a quien conozcas, lo que rompa el corazón… y lo que te llene de asombro con alegría y agradecimiento. Enamórate, permanece enamorado y esto lo decidirá todo”.