CON SUS DEDOS EL SEÑOR ABRE EL OÍDO: CON SU SALIVA DEVUELVE LA PALABRA, CON SU GRITO SUELTA LAS ATADURAS Y ABRE EL CORAZÓN.
3 min readEVANGELIO DE HOY: 11/2/22 (Mc 7,31-37).
El evangelio de ayer nos presentó a Jesús en Tiro, hoy, lo muestra ya de regreso en Galilea, donde le presentaron un sordo con dificultades para hablar. Vamos a meditar sobre esta imagen, en su sentido espiritual: “la sordera”, “la dificultad para hablar”.
La sordera espiritual está relacionada con no escuchar lo que Dios dice; en este sentido, hay diferentes niveles, existen quienes escuchen algo, y quienes no escuchen nada. Las causas de tal sordera pueden ser las más variadas.
Quizás a la persona no le ha llegado su tiempo de gracia, podría ser que no se le ha dado la importancia necesaria para escuchar la voz de Dios, o posiblemente que no se quiera escuchar el mensaje por lo que esto implique… Lo cierto es que “dejar a Dios hablando solo” es cosa muy seria (hacerse el sordo o la sorda). Algunos pasajes bíblicos dejan sentir las veces en que el Señor tiene que repetirle lo mismo a la gente, dejando patinar sus palabas al vacío, sin hacerle caso.
La fuerza bíblica en su tradición evidencia que es el Señor quien abre el oído. Por eso, en el pasaje de hoy, se muestra a Jesús apartándose de la gente y llevando al sordo a solas. Es interesante, por lo menos, considerar los criterios de Jesús para alejarse un poco. Abrir los oídos no es cosa de teatro, de curiosos, exige prudencia, respeto, delicadeza… Sin esta iniciativa de dejarse conducir por el Señor, en intimidad con Él, todos los esfuerzos serían inútiles.
En la Biblia se localizan numerosos pasajes donde el dedo de Dios crea cosas nuevas. En este aspecto, al Jesús introducir sus dedos santos en los oídos cerrados, le posibilita un nuevo nacimiento y un nuevo despertar al mundo de la audición sagrada.
Pero no sólo este gesto fue necesario para el caso de este sordo, también le colocaron un poco de la sagrada saliva de Jesús. Si el gesto de los dedos implicaba iniciar a oír, el de la saliva considera iniciar a hablar; pero no cualquier hablar, sino hablar a partir de la experiencia con Jesús, marcada de sabiduría, la nueva creación. A los dos gestos, se le suma la vista de Jesús alzada al cielo y el consecuente gemido: Effatá: ¡ábrete!
Effatá: ¡ábrete! Es el imperativo de Jesús que llega hasta nosotros hoy. Jesús gime con dolor al Padre para que culmine de una vez por todas nuestras sorderas, nuestras resistencias, nuestra mudez. El Señor nos quiere bien dispuestos y sin ataduras que nos impidan compartir sus palabras de vida, y que lleven vida.
Algo importante es que nadie puede hablar de Dios auténticamente sin antes haberle escuchado. Por esto el pasaje primero describe la sanación y posteriormente el impulso testimonial para compartir lo que Él ha hecho.
Señor: estamos aquí en esta mañana que comienza. Ten misericordia de nosotros. Deseamos escucharte. Queremos apartarnos un poco de los ruidos que distraen, de las emboscadas que nos acechan para despistarnos. Nos duele hacernos, en ocasiones, los desentendidos ante tu mensaje.
Buen Jesús, si nos ha dado la gracia de escuchar tu voluntad, danos la valentía para obedecerla. Nos unimos a la súplica del salmista cuando expresa el sentir de Dios: ¡Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase por mi camino!
- ¿Soy una persona de escucha o requiero que el Señor me lleve a solas para curarme?
- ¿Oigo y luego hablo, o hablo y luego oigo?
- ¿Algunas ataduras me impiden expresar las cosas que llevo en el corazón?