Sáb. Sep 21st, 2024

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AQUÍ ESTÁN NUESTROS OJOS, SEÑOR: ESPERANDO TU SALIVA.

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EVANGELIO DE HOY: 16/2/22 (Mc 8,22-26).

El relato de hoy cuenta sobre la curación, por Jesús, de un ciego en Betsaida. Importa considerar que dicha ciudad fue maldecida por el Señor debido al endurecimiento del corazón de sus habitantes, rechazando el llamado a la conversión (Mt 11,21). No extraña entonces, la figura de “un ciego”, un ciego que representa a todo el pueblo de espaldas a la luz de Cristo. Con todo, es maravilloso tener en cuenta que en medio de la ceguera que distingue la ciudad de Betsaida, también fue bendecida con el surgimiento de apóstoles, pues de allí eran Pedro, Andrés y Felipe (Jn 1,44).  

“Le trajeron un ciego, pidiéndole que lo tocase”. Jesús lo sacó de la aldea. Meditemos el detalle del Señor. Para favorecer la recuperación de la vista se hizo necesario apartarlo del campo de la incredulidad, de la indiferencia, de la burla. Así pasa con nosotros también, para que Jesús pueda obrar libremente en nuestras vidas, sin que ruidos y distracciones impidan su acontecer, Él nos toma de la mano y nos lleva a un lugar apropiado, donde a solas se favorezca el proceso de transformación.

Impresiona la imagen de Jesús llevando de la mano al ciego. Metámonos en los sentimientos de quien camina siendo conducido, sin ver, en total actitud de abandono y confianza. Por otro lado, la ternura de Jesús y su paciencia. Se hizo necesario untarle su saliva. ¡Cuánta saliva de Jesús en los evangelios!.. sanando, liberando, bendiciendo, devolviendo gracia y dignidad… Su saliva, su medicina, su santidad es la misma cosa; y en el caso de este ciego, se va gestando a manera progresiva:

El ciego tocado por Jesús empieza “distinguiendo”: “Veo hombres; me parecen árboles, pero andan”. En ocasiones nosotros vamos identificando el camino de Dios, pero no lo tenemos tan claro, nos confundimos y nos dispersamos… A esta etapa aún las cosas interiormente están vacilantes; no recibe Jesús una respuesta convincente cuando no hay claridad profunda. Entonces el Señor, pacientemente, aguarda. Pone nuevamente las manos, y el hombre, en el texto, vio a la perfección.

Así quiere el Señor que acontezca en nuestras vidas. Desea que veamos completamente todo lo bueno que nos ofrece y la santidad que nos espera. Busca que recibamos la luz del discernimiento; la claridad del Espíritu Santo. Ésta recibió el ciego. Cuando Jesús lo mandó a su casa, lo mandó a casa de quienes han aceptado la salvación; no a la Betsaida incrédula, sino a la nueva ciudad de la fe y la confianza.

Señor, como bien nos aconseja el apóstol Santiago, deseamos eliminar de nosotros toda suciedad y cada diminuta maldad, por más insignificantes que parezcan. Deseamos tirar todo lo que sobra en nosotros. Porque así podremos ver perfectamente. No queremos sólo distinguir, sino profundizar en la visión y escoger la casa de la santidad, allí donde tú habitas con todos aquellos que se han dejado conducir por tu mano. Aquí están nuestros ojos, buen Jesús, esperando tu saliva.

1. ¿Cómo está mi visión espiritual en este momento?
2. ¿Estoy viendo claro o es necesario que Jesús me ponga su saliva?
3. ¿Estoy llevando a otras personas necesitadas para que se aparten, a solas, con Jesús?