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Mitomanía y doble personalidad

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Todo aquel que se dedica a dar sentido a sus actuaciones mediante verdades a medias o algunas “mentirillas” o mentiras blancas que entiende no perjudican a nadie, siente  la necesidad de ser aceptado y reconocido, quizás buscando borrar su realidad histórica o simplemente modificarla por la baja estima que le ha proporcionado su vida llena de carencias e incongruencias.

Quien recurre a la mentira con habitualidad es un mitómano, por la cual “justifica sus actos, o sencillamente para modificar o crear un mundo imaginario, de bienes o hechos que no existen”, refleja una baja autoestima.

A todo esto, para sostener las mentiras, deja ver en el cerebro del mentiroso compulsivo una transformación, que se observa en la “parte del lóbulo frontal donde hay más substancia blanca que gris, considerando, que es en la parte gris donde se da la toma de decisiones morales”.

Dado lo anterior, el mentiroso no reparara en el riesgo que corre, de que sus hijos imiten su conducta, importándole poco o nada, que su vida de mentiras y trapisondas afecte a su familia y a los que están a su lado.          

Por otra parte, la teoría epigenética del desarrollo humano, propuesta por Erik Erikson, habla del “sentido de identidad y su polo opuesto la difusión de identidad, que constituye el mayor logro y fracaso respectivamente, dentro de lo denomina las ocho edades del hombre hacia la madurez”, que se aplica a una vida ficticia encaminada irremediablemente a la muerte, “donde hay una personalidad verdadera y una falsa, influenciada por la ficción que construyó y que la aleja de la realidad”.