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SUPERANDO LA CULTURA DEL MALTRATO: CON LA FE PUESTA EN EL SEÑOR.

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EVANGELIO DE HOY: 21/2/22 (Mc 9,14-29).

El relato nos muestra la desesperación de un padre ante su hijo dominado por un espíritu que no le deja hablar ni tampoco oír. La única salvación que visualiza es Jesús, a quien se acerca, pero al estar este hombre rodeado de tantas discusiones e incredulidades, no extraña que, como él mismo expresa, tenga dudas de lo que hace. Sin embargo, lo mueve el constatar los maltratos que sufre su muchacho sin él tener fuerza para liberarlo.
 
En un primer momento el padre cuenta a Jesús todo lo que ese espíritu malo hace pasar a su hijo: lo agarra, lo tira al suelo, echa espumarajos, rechina los dientes y lo deja inmóvil. Cuando se lo llevan, el Señor confirma lo narrado. Cuando ese espíritu ve a Jesús repite el cuadro con el hijo; penurias sufridas por él desde muy pequeño
 
Si algo nos queda claro hasta el momento es que los maltratos no vienen de Dios ni son queridos por Él. La agresividad y los atropellos en una persona son fuerzas negativas que hablan, en su sentido espiritual, de una débil unión con el Señor y una pobre vida de oración que ha traído como consecuencia una invasión extraña. No por casualidad los mismos discípulos no pudieron eliminar el espíritu malo. No tenían fuerza suficiente para enfrentarlo. Recordemos que en la Montaña ellos no estaban centrados en el acontecimiento en sí de la transfiguración, sino medios dormidos y, en el caso de Pedro, un poco distraído.
 
La fuerza del mal tiene su propósito: acabar con la persona, destruirla, infundiéndole ausencia de paz; provocando, incluso, el atentado contra la propia vida. Por eso, en el texto, el muchacho se tira tanto al fuego como al agua.       
 
El padre dice a Jesús: “Si algo puedes, ten lástima de nosotros y ayúdanos”. Por un miembro de la familia, sufre toda la familia. Este pobre hombre se presenta con su poquito de fe, reconoce que no le alcanza, pero es algo. Por eso le suplica: “ayúdame”. Con esta actitud ya se le roba el corazón al Señor, quien movido por la compasión no demora en intervenir y rescatar a quien aguarda la liberación integral y la recuperación de su dignidad. Si el espíritu del mal sabe de atropellos, el Dios del amor sabe de humanidad: “Jesús lo levantó, cogiéndolo de la mano, y el niño se puso en pie”.
 
Señor: podemos seguir creciendo en la mansedumbre que viene de ti. Destierra, en tu misericordia, nuestros rasgos de violencia, nuestras agresiones, humillaciones, desconsideraciones con los demás. Danos dulzura y delicadeza en el trato con las personas. No queremos nada en nosotros que no refleje la paz que viene de ti. Despiértanos el gusto por la oración, por la vida sacramental, y danos la gracia de confirmar que nuestra fe en ti crece cada día. Con el salmista te decimos: “Que te agraden las palabras de mi boca, y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón; Señor, roca mía, redentor mío”.
 

  1. ¿Cómo está mi fe en que el Señor puede liberarme y transformarme cada vez más?
  2. ¿Qué prevalece más en mí, la duda o la actitud de abandono total en el Señor?
  3. ¿Cómo valoro mi vida de oración: puede seguir consolidándose con mayor seriedad?