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DEL DESEO DE SANTIDAD A LA DECISIÓN DE EMPEZAR A BUSCARLA

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EVANGELIO DE HOY: 28/2/22 (Mc 10,17-27)

Cuando salía Jesús al camino, uno se le acerca… llama la atención la cantidad de gente que se le acercaba: para pedirle milagros, curaciones, para plantearle cuestiones sobre la tradición… pero esta vez alguien lo hizo para hacer una pregunta central, pura y noble: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?”. Si intentamos adaptar esa pregunta a nuestro vocabulario posiblemente se formularía así: “¿Qué he de hacer para alcanzar la santidad?”. Vayamos observando el verbo “hacer”, porque todo indica que para tales propósitos se hace necesario algo más de “qué hacer”.
 
Antes de responder, Jesús le corrige: “…no hay nadie bueno más que Dios”. Es una clave extraordinaria para empezar a sumergirse en el camino de la madurez espiritual. Porque Dios es bueno nos comparte su santidad, la que recibimos como don del cielo. La santidad es una gracia, un regalo, un gesto de amor y gratuidad. Reconocer la bondad de Dios y dejarse impregnar por ella son reflejos de plenitud. En este sentido dijo San Clemente de Alejandría: “Ignorar a Dios es morir; conocerlo es vivir en Él, amarlo, tratar de parecerse a Él, esa es la vida eterna”.
 
Como buen pedagogo, Jesús le comienza presentando al interesado por la plenitud de vida una serie de requisitos prácticos, muy parecidos al “hacer” y “dejar de hacer” (… no matarás, no cometerás…); le afirma al Maestro que todo lo ha cumplido desde pequeño.
 
Consideremos ahora la solemnidad que el pasaje presenta: “Jesús se le quedó mirando con cariño”. Varios santos, en la historia de la Iglesia, descubrieron su vocación dejándose transformar por la mirada de Cristo. Dejarse mirar por Jesús es entrar en «una capilla ardiente», «fuego purificador», y «bronceador del alma». Exigió de ellos dar la primacía a esa mirada que sella la alianza perfecta del amor innegociable.
 
En el caso del texto, la persona que interroga a Jesús, y que está siendo mirada por Él, recibe las orientaciones del segundo paso a dar para alcanzar lo que busca: “… vende todo lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme”. Jesús nos dice que no es “el hacer”, “el dejar de hacer” lo que eleva a la santidad; si bien esto es necesario, argumenta: “Una cosa te falta”. Esta cosa que falta tiene que ver con “desapropiación”, “negación de sí”, “amor”, “voluntad”… Las palabras de Santa Teresa de Calcuta iluminan la meditación: “La pobreza es amar antes de ser renuncia”.
 
La vida de santidad exige de todos nosotros desocupar el corazón de cualquier cosa que no sea Dios. Cada uno hemos de revisar qué cuestiones ahí tenemos como “tesoros”. En algunos casos será dinero, en otros prestigio, poder, fama, éxito… y las más variadas situaciones que pudiéramos nombrar, cada quien según aquello que le ocupa y preocupa…
 
Señor: en esa persona que se te acercó, nos acercamos todos nosotros. Él frunció el ceño y se marchó pesaroso con tu dirección espiritual; nosotros queremos aprovecharla. Danos la gracia de contemplar el tesoro que nos ofreces para tener fuerza de lo alto y desprendernos de los “retrasos del alma”, que son todas aquellas cosas transitorias que nos enredan la vida, como si Dios no existiera. Tú que eres especialista en casos perdidos, haznos nacer nuevamente. Ayúdanos a dar el salto de “aquello que hacemos” a “aquello que nos falta”: amarte y seguirte como sin condiciones.

  • ¿Qué ando buscando cuando me acerco a Jesús?
  • ¿Me dejo mirar por Él? ¿Qué provoca en mí su mirada?
  • ¿Qué me está faltando según la Palabra que Jesús me dirige cada día?