Bajarse de la represalia y el odio
3 min readP. José Pastor Ramírez
Percibo en las personas y en la sociedad un gran vacío espiritual. Hay muchos individuos que al despertar no tienen claro su razón de ser en el mundo, no saben hacia dónde van y con quién van. Ello conduce, entonces, a una búsqueda insaciable de cosas: Satisfacciones corporales, experiencias sexuales, temas digitales, cambios continuos de grupos religiosos, entre otras. Todo buscando llenar ese vacío interior y espiritual.
Hay que volver a descubrir la propia escala de valores, a aquello que hace crecer como personas, que orienta en medio del caos y la vacilación.
En toda esta realidad, el amor tiene una función determinante. El amor ilumina las noches oscuras, la incertidumbre y la desilusión. El amor constituye la potencia para salir victoriosos de este escenario de vacío y de oscuridad. Hay que incrementar el amor a las propias creencias, a los propios ideales y a las personas.
Sorprendentemente, se han perdido los motivos para alegrarnos, dando paso a dictadores tales como: el malhumor, el rencor, la envidia, la mentira, el resentimiento y los celos. Hay que exorcizar estos déspotas. Los dos grandes tiranos que mueven al rencoroso son: La revancha y el odio. Y, por lo regular, están anclados en el pasado.
La felicidad es la manera de vivir prudentemente en el presente, habiendo superado las heridas del pasado y mirando con ilusión el porvenir. Vivir en el pasado es convertirse en resentido y amargado; en cambio, vivir en el futuro es dar paso a la ansiedad y a la angustia. La solución está en vivir en el presente, para ser maduros y felices.
Cuando la mente se convierte en una déspota no deja espacio al corazón. El eterno insatisfecho responde al perfeccionista, aquel que no disfruta la vida porque nada está a la altura, nada es adecuado, siempre encuentra un defecto. El perfeccionista, regularmente, se queda midiendo la superficie, no entra en la profundidad de las cosas y de sí mismo. Pero no sabe, realmente, lo que le acontece. No disfruta lo que tiene ni lo que hace.
Hay que ejercitar con mucha más frecuencia el acto de amor que se llama, perdón. El perdón alivia la tensión, perdona quien renuncia a la revancha y al odio. El perdón es ir al pasado y volver de este intacto para dar paso a la reconciliación.
La sanidad está en la bondad y en las relaciones. Hay que centrarse más en lo que nos une que en lo que nos separa. Hay que vivir desde la compasión porque supera a la empatía. Esta última consiste en ponerse en el lugar del otro; en la compasión me pongo en lugar del otro y además, le tomo de la mano y lo saco del abismo.
Hay que volver al interior, al propio centro, al propio templo, hay que serenarse para ver, para observar y disfrutar. Hay que bajarse de la prisa para percibir la belleza de las cosas y de las personas, del mundo y de la creación. Algunas veces, hay que deshacerse del reloj para centrarse en sí mismo y dedicarse tiempo y cuidados.