“DAME TUS MISERIAS PARA QUE SE HUNDAN EN EL ABISMO DE MI MISERICORDIA”.
3 min readEVANGELIO DE HOY: 05/3/22 (Lc 5,27-32).
El mensaje central del evangelio de hoy deja claro que Jesús “No vino a llamar a los justos, sino a los pecadores”; se ilustra con el caso de Levi, quien estaba sentado en el mostrador de impuestos cuando fue visto por Jesús. Meditemos:
¿Usted ha sentido alguna vez la vergüenza de ser y sentirse pecador? ¿Le ha dolido la pobreza experimentada en su propia persona? Si no ha pasado por esta situación es posible que se haya vivido de manera superficial, porque la verdad es que todos somos pecadores. Y se hace necesario tomar conciencia de la nada que nos arropa para entonces saborear la misericordia divina cuando pasa a nuestro lado fijándose en nosotros para rescatarnos del barro donde hemos caído.
El evangelio no se contradice, y muestra las tantas veces en que Jesús no puede hacer nada por la persona hasta que ésta no topa fondo con su propia realidad. Es lo que pasa con Leví (Mateo). Este hombre reconocido pecador públicamente, supo distinguir perfectamente su “propio mostrador” de la “mesa del Reino” a la que Jesús le invitó. Sin esta distinción él no hubiese sido capaz de pararse de su silla, de su viejo mundo, y dejar atrás todos esos intereses que le dominaban para optar por la novedad que le traía el Señor.
Importa destacar que cuando Jesús mira no se deleita en los pecados de la gente, sino, como el sentir del Salmo 50,8 en “la verdad que le habita en lo íntimo del ser”. Por esto Él interviene, deseando que la persona se decida a separarse de lo que le impide vivir a plenitud. De ahí el caso de varios santos, a quienes el Señor les invita a que le ofrezcan, no sólo lo bueno y puro que tienen, sino los pecados personales. A Santa Faustina le dijo: “Dame tus miserias para que se hundan en el abismo de mi misericordia”.
En el pasaje de hoy vemos como la puerta de la misericordia se abrió para tantos pecadores que se sentaron a la mesa con Jesús. Ni las críticas ni las murmuraciones pudieron detener la alegría de los pecadores arrepentidos. Darle esa felicidad a Jesús no tiene precio. Ha de reconocerse también la dignidad y la centralidad de todos esos amigos de Levi, que tampoco se dejan condicionar por el entorno que les rechazaba, sino que se centraron en Aquel que les dio confianza y la posibilidad de un nuevo nacimiento.
El Salmo del día (85) nos presta palabras para rezar: “Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad… alegra el alma de tu siervo, pues levanto mi alma hacia ti. Eres bueno y clemente, rico en misericordia. Señor, escucha mi oración, atiende a la voz de mi súplica”.
1. En esta cuaresma ¿estaré atento al paso del Señor, a su mirada, para recibir o renovar la invitación a seguirle?
2. ¿Las críticas que recibo condicionan mi relación con Jesús?
3. Cuando Jesús me mira ¿qué me hace descubrir en mí?
4. ¿Ya he acudido al sacramento de la confesión? ¿Para cuándo?
5. ¿Con quiénes estoy compartiendo la mesa en el banquete de la vida?