Vie. Abr 19th, 2024

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¿Asertivos, empáticos o misericordiosos?

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Hay conceptos que se promueven como recursos válidos para combatir actitudes egoístas y convicciones equivocadas, las cuales, afectan la sana convivencia familiar y social. La empatía y la asertividad forman parte de ellos, persiguen que el individuo tenga la capacidad de ponerse en los zapatos del otro; autoafirmar los propios derechos, sin dejarse manipular ni hacerlo con los demás.

Por ejemplo, cuando en una persona se registran bajos niveles de asertividad lo oportuno es identificar su origen. Su ausencia surge, ordinariamente, debido a un manejo inadecuado de la rabia como emoción primaria. Cuando esta se gestiona de manera sana, ayuda a la persona a diferenciarse; sin embargo, cuando se comprueba un exceso de ella se crea la agresividad (defensa excesiva de los propios derechos ignorando los de los demás); pero más aún, cuando es en defecto se promueve la actitud sumisa (no se respeta a sí misma, ignora sus derechos, solo reconoce los del otro, se regala).

En tales circunstancias, el especialista, en el proceso de sanación emocional, promueve la identificación del elemento regulador de estos extremos, la asertividad. Ella, alude al respeto, a los derechos, a la comunicación, a la honestidad, a la igualdad y a la autoafirmación.

Sin embargo, existe otro concepto con mayor contenido, mayor significado y mayor alcance que la empatía y que la asertividad, ordinariamente, ignorados por terapeutas y especialistas, la misericordia.

La asertividad invita a reconocer sus derechos y los propios. Sin embargo, la misericordia hace eso y da un paso más, da la mano liberando del aprieto.

Ello es gracias a que la misericordia no se limita solo al derecho humano o a colocarse en lugar del otro, sino que apunta a la dignidad de hijo de Dios de la persona. El Papa Francisco sostiene que “la misericordia es el carné de identidad de Dios” y “el corazón palpitante del evangelio”.

El mundo de heridos en el que nos movemos requiere no solo de personas empáticas o asertivas, sino, sobre todo, de individuos misericordiosos que estén dispuestos a repartir el pan de la compasión, del perdón, del amor; pasar a la acción, a dar la mano.

Dice el profesor salesiano y biblista español, J. Bartolomé, que: “A diferencia del Dios de la cultura helénica, un Dios necesario pero indiferente, arbitrario y apático, que se entretiene con los hombres, pero no conversa con ellos, omnipotente pero neutral, ocupado en sus asuntos y desatento con el cosmos, el Dios bíblico es, por el contrario, un Dios que gobierna el mundo con sabiduría e interviene en la historia con pasión”, no solamente dando la mano, sino dándose él mismo, sin regalarse ni sobreproteger, para liberar de las ataduras.

La misericordia de Dios tiene otros componentes que ni lo ofrece la asertividad ni la empatía. La misericordia está llena de ternura, de esa salvación que solo sabe expresar un padre y un hermano que acoge a todos: buenos y malos, justos e injustos.

La misericordia es ternura interior, fidelidad visceral y lealtad entrañable de Dios que da la mano a la prostituta, al impostor y al traidor. Los cristianos para dar la mano y vivir la misericordia disponemos de las obras de misericordia: siete corporales y siete espirituales.