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JESÚS: SILENCIO Y CONFIANZA EN MEDIO DE LA DISCORDIA

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EVANGELIO DE HOY: 02/3/22 (Jn 7,40-53).

En el pasaje de hoy Jesús no dice una sola palabra. Su silencio se hace sentir. La controversia, en cambio, gira sobre Él: por un lado están aquellos que, como los guardias (a quienes mandan a procura de Jesús, pero regresan sin él a las autoridades del templo),  argumentan diciendo, “Jamás ha hablado nadie así”; por otra parte se encuentran personas como Nicodemo, conscientes de que no se puede “juzgar a nadie sin antes haberle escuchado e investigar lo que ha hecho”… Y están, a su vez, los más controversiales (sumos sacerdotes y fariseos en general) que literalmente le desprecian y desacreditan.
 
Impresiona el odio áspero cuando los jefes del templo se referían a Jesús: consideran “malditas” a las personas que habían creído en Él; las tenían como ignorantes, desconocedoras de la Ley y la tradición. Sólo que el “conocimiento” de tales autoridades, y la manera de interpretarlo, no les permitía aceptar la humildad con la que Dios había llegado a esta tierra. Estaban ciegos, muertos de envidia. Reservaron su ira para acabar con Jesús.
 
¿Y cuál es la postura, los sentimientos de Jesús, en toda esta discordia desatada? Para responder nos apoyaremos en el profeta Jeremías, cuando dice: “Yo, como cordero manso, llevado al matadero….”. El campo de Jesús es la mansedumbre. Es el bienaventurado. Como el profeta, en su silencio, se siente “probado en las entrañas y en el corazón”. Igual que el salmista, reza en su interior: “Señor, Dios mío, a ti me acojo”; “Mi escudo es Dios, que salva a los rectos de corazón”.
 
En la vida, no pocas veces nosotros estamos sumergidos en controversias, en discordias que derivan de nuestros compromisos por el Reino. En Jesús vemos el paradigma de nuestro destino, cuando nos tomamos a Dios en serio. Uno sufre porque ha asumido la causa de Dios; pero los agresores no ven a Dios directamente, sino a su enviado. Es el enviado que “paga las consecuencias”; y por eso, el mismo Padre asume responsablemente a la persona que ha confiado en Él. No la desampara. La protege. La reviste con la fuerza del Espíritu.  
 
Señor: meditando estos pasajes deseamos pedir la gracia necesaria para que sepamos llevar pacientemente la cruz de cada día. No podemos pretender caerle bien a todo mundo, porque las cosas de Dios no todos las aceptan ni las valoran. Danos firmeza espiritual para mantener la unidad contigo. Danos ese silencio profundo de Jesús. Ese silencio de abandono y de confianza. Deseamos tener confianza permanente, aunque los perseguidores vengan como leones que busquen desgarrarnos sin remedio. Ayúdanos a conservar la inocencia y la fe en ti. Señor, tú que sondeas el corazón, mira la sinceridad de nuestras palabras y danos la fuerza de tu Santo Espíritu.

1. ¿En quién he puesto mi confianza?
2. ¿Cuándo se tambalean los cimientos, cuál es mi postura?
3. ¿En qué nos ayudan las pruebas que la vida nos presenta?
4. ¿Sé esperar confiadamente en Dios mientras pasa la calamidad?