Mié. Abr 24th, 2024

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Tiempo para seguir cambiando de actitud

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Estamos ya en la recta final del camino cuaresmal. Nos encaminamos hacia la Semana Santa. Nos vislumbramos ya cercanos a la Pascua de Resurrección, pero antes tenemos que pasar por el viernes santo, el viernes de la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, el Mesías, el salvador.

En este caminar cuaresmal nos hemos tenido que detener a profundizar en lo fundamental del mismo que es la “conversión”. Recordemos que esta fue la invitación y exhortación del Señor en el evangelio de Marcos; es su primera palabra: “conviértanse, porque se ha cumplido el tiempo y el reino de Dios está cerca”.

Esta palabra será la clave de todo el mensaje de la buena noticia de Jesús: no podemos recibir el reino de Dios, si antes no se da en cada uno de nosotros, en nuestro interior, un cambio de mentalidad y de actitudes.

El Reino de Dios no funciona en nosotros si no encuentra corazones bien dispuestos. Si no hay, si no se da un verdadero arrepentimiento de nuestra parte, no podrá ser real ni efectivo el Reino de Dios.  Como ya sabemos, la conversión significa “cambio de actitud, de pensamiento”.

Es darle a nuestra vida un giro de 360 grados. No es un cambio parcial, sino más bien completo. Ya nos dice el Señor que nuestros pensamientos no son sus pensamientos. Pues la conversión tiene que lograr poner en consonancia nuestros pensamientos con los pensamientos de Dios. Este cambio lo logramos en la medida en que ponemos en práctica el mandato del Señor de “escuchar su palabra y ponerla en práctica”.

Así, la auténtica conversión nos llevará a un verdadero cambio de nuestra actitud hacia Dios, hacia los demás y hacia nosotros mismos. Es empezar a rechazar y apartar de nosotros todo aquello que nos irrita, lo que nos aleja de Dios; la intolerancia con muchos de los que nos rodean: en la familia, en el trabajo, en el círculo de amigos, en las calles de la ciudad, en la universidad, en la misma comunidad cristiana, etc.

Por esto es por lo que el camino cuaresmal que hemos venido recorriendo y que estamos ya llegando a la parte final e intensa, ha sido y siempre tiene que ser el tiempo ideal para avanzar en el fortalecimiento de nuestro proceso de conversión que tanto necesitamos. Tengamos claro que la conversión no sólo tenemos que vivirla en la cuaresma, sino más bien que hemos tenido este tiempo de gracia especial para fortalecerla. La cuaresma es un camino que nos dura toda la vida y que termina para cada uno cuando nos toque dejar este mundo.

De los bienes que hemos tenido que lograr alcanzar y fortalecer en este camino cuaresmal es la paz: la paz con Dios, con los demás y con nosotros mismos. La paz que nos da el Señor es un don y una tarea que necesita y nos exige un cambio interior verdadero para que sea una realidad en nuestras vidas. La conversión nos debe de llevar a entender y ser conscientes de que nosotros no somos el centro del mundo, sino que lo es Dios; y que nos ha hecho partícipes de su amor y que por lo tanto debemos de tener un corazón sincero y abierto para acoger con humildad ese ofrecimiento suyo para testimoniarlo y contagiarlo a los demás; y así manifestar el verdadero discipulado de Cristo: “En esto conocerán los demás que son mis discípulos: en que se aman unos a los otros”.

Cuando nos dejamos amar por Dios, somos partícipes de su gran misericordia ya que nos lleva al reconocimiento de nuestros pecados. La cuaresma también ha tenido que ser ese tiempo propicio para buscar y pedir la misericordia de Dios, reconciliarnos con Él.

Somos seres limitados, perecederos y nuestra presencia en este mundo es transitoria. El momento de la muerte a este mundo es momento decisivo, es el momento de la verdad. Lo hecho, hecho está. Esta realidad nos debe de llevar siempre a la sinceridad y reconocer que somos pecadores, que hemos pecado y que, por lo tanto, necesitamos de la misericordia del Padre. Por esto es por lo que decimos con el salmista: “misericordia Señor, hemos pecado”.

¡Vamos hacia Jerusalén! Y este camino no ha sido fácil recorrerlo. Nos hemos encontrado con muchos obstáculos, tropiezos y caídas. Hemos tenido que estar pidiéndole perdón a Dios una y otra vez por nuestros fallos en nuestros propósitos e intenciones.

Y así llegaremos a la Semana Santa, para experimentar con más fuerza la misericordia de Dios. Contempláremos a Jesús colgado y muriendo desangrado en la cruz. Poco a poco se le irán las fuerzas, el aliento y, por lo tanto, la vida. Pero esa no es más que una entrega, porque a Él nadie le quita la vida, sino que la entrega por nuestra salvación. Será un sacrificio lento y doloroso, que culmina siempre en la manifestación de su amor por nosotros.

Sigamos avanzando en este camino cuaresmal hasta llegar a la cima del Gólgota. Vayamos a morir con Cristo, pero para resucitar con Cristo.