Vie. Mar 29th, 2024

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¡BELLEZA DE NUESTRA FE Y ALEGRÍA DE SER CRISTIANOS!

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DOMINGO DE RESURRECCIÓN: (Jn 20,1-19).

El evangelio de hoy, como el de los próximos días pascuales, nos despierta a una nueva dimensión de la vida: la Resurrección del Señor. Con la Resurrección de Cristo comienza la base más genuina y sólida de nuestra fe. El relato está lleno de detalles, donde nos podríamos sentir reflejados, contemplemos:
 
“El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro”. “El primer día” se refiere al domingo. En el relato de Mateo 28,1 se afirma que ella fue “pasando el sábado”. Esperó, con ansias, el momento oportuno. Nadie la motivó, la pasión por Cristo era su voluntad. Todavía estaba oscuro. Esta oscuridad habla de dos cosas: del camino físico, pero también del camino de la fe. No comprendía nada del misterio que les envolvía. Sin embargo, lo hermoso está en que, a pesar de todo, caminó. ¿Qué la hizo caminar a oscuras? No la paralizó el miedo ni los peligros de la ruta. La movió el amor, aquello que el Señor había hecho en ella. Quien había sido liberada de siete demonios, ahora poseía la firmeza y la constancia que les permitieron amar, más allá de la muerte. Porque así es el amor, más fuerte que la muerte.
 
Magdalena comenzó a constatar pequeñas señales, que no comprendía: “Vio la losa quitada del sepulcro”; una piedra pesada, robusta, consistente, había sido removida. “Echó a correr”. Notamos que hay mucho movimiento en la escena. Porque cuando se ama nada nos es indiferente. Interesa considerar hacia dónde se dirige. Había más discípulos, pero ella va a donde Pedro y Juan. ¿Quiénes son estos dos hermanos? Sencillamente, aquel a quien le habían dado autoridad para edificar, y el otro, a quien mucho había amado el Señor. Uno era referencia; el otro, quien había experimentado estar recostado en el pecho de Jesús, cerca de su corazón. Magdalena, en su iniciativa, supo a quién involucró en esta novedad.
 
Ella les afirma: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Les ha comunicado lo que alcanzaba a comprender. Nuevamente la carrera. “Los dos corrían juntos”. Recordemos que Juan era el más joven, por eso le pasó, se distanció del más viejo. De María, no se dice nada. No quiere decir que no volvería con ellos, sino que la dejaron hasta perderse de vista. Sigue teniendo sentido la enseñanza, que “los últimos serán los primeros”. Los criterios ocultos del Señor no son de quien más corra, sino de quien mucho ame.
 
Juan llegó antes que Pedro, pero sólo se asomó al sepulcro, vio las vendas en el suelo, pero no entró. Quizás por respeto al mayor. El amor lo hizo correr. El respeto lo hizo esperar. Estas vendas santas eran las que le envolvían el cuerpo del Señor. Llama la atención que cuando Pedro entra, no sólo ve las vendas, sino también el sudario que le envolvía la cabeza (costumbre judía para que no se perdiera nada de sangre). Dicho sudario, no estaba en el suelo, sino en un lugar aparte. Se evidencia, en estos detalles, un orden, una delicadeza, no serían ladrones quienes estuvieron por allí, sino que se refleja un mensaje, una intuición.
 
Ese discípulo que había tenido más intimidad con el Señor, vio y creyó. Hasta el momento habían tenido varias pruebas de la Resurrección: la piedra removida, el sepulcro vacío, las vendas sueltas, el sudario colocado en un lugar… pero María Magdalena, no tendrá pruebas, sino el encuentro con el propio Señor Resucitado.
 
Con la experiencia del Resucitado, nace el compromiso de anunciar y vivir desde el nuevo Kerigma: estamos llamados a ser, en cada momento histórico, testigos del Resucitado; más aún, vida y testigos del mismo Jesucristo Vivo. Así se entiende la primera lectura de hoy, en Hechos de los Apóstoles (que recuerda el testimonio de las comunidades cristianas primitivas). La segunda lectura es una clara exhortación de san Pablo, que también llega viva hasta nosotros: “Ya que han resucitado con Cristo, busquen los bienes de allá arriba”. El apóstol nos asegura: “Han muerto, y su vida está con Cristo escondida en Dios”.
 
Señor, sólo nos resta cantar con el salmista, una vez más: “Este es el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo. Demos gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”.