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SOSTENIDOS POR LA FE EN EL RESUCITADO.

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EVANGELIO DE HOY: 23/4/22 (Mc 16,9-15).

En este sábado – octavo de Pascua se nos hace un recuento de las apariciones del Señor a algunos de sus discípulos: María Magdalena, los de Emaús… Con todo, los testimonios de éstos eran aún insuficientes para que el resto de la comunidad creyera a plenitud. La fe que tenían no les alcanzaba para aceptarlo. De ahí que Jesús les echara en cara su incredulidad. El reproche de Jesús nos alcanza a nosotros también, donde no pocas veces nos perdemos en un asunto tan profundo y delicado como la fe.
 
Jesús les relaciona la incredulidad con “la dureza de corazón”; a su vez, con “la falta de memoria”, por eso les vuelve a recordar las enseñanzas, les retoma los acontecimientos… Para el incrédulo nada trascendente se espera, sólo lo palpable es real; sencillamente está falto de entendimiento y, por tanto, no puede obedecer, y menos anunciar. El fenómeno de la incredulidad hace perder la riqueza de lo que se revela, se manifiesta e imposibilita la misión eficaz.
 
Veamos qué nos dice el Catecismo de la Iglesia en este “párrafo tesoro” que nos presenta: “La fe es un acto personal; es la respuesta libre del hombre y de la mujer a la iniciativa de Dios que se revela. Pero la fe no es un acto aislado. Nadie puede creer solo, como nadie puede vivir solo. Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a sí mismo.

El creyente ha recibido la fe de otro, debe transmitirla a otro. Nuestro amor a Jesús y a los seres humanos nos impulsa a hablar a otros de nuestra fe. Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros” (Cf. CIC 166).
 
El pasaje citado del Catecismo nos ayuda a comprender la paciencia de Jesús. Él reprocha, pero, al mismo tiempo, humildemente vuelve a manifestarse a los demás, a los once reunidos. De esta manera, la fe pequeña, de cada uno, como si se unieran, se hace una y fuerte. Con razón ha de ser enviada la Luz del Espíritu Santo, sin la cual nuestras empobrecidas mentes no podrían asimilar las realidades divinas.
 
Si el pasaje termina con el envío: “Vayan al mundo entero y proclamen el Evangelio…”, nosotros respondemos a éste con las palabras del salmista: “Den gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia. El Señor es mi fuerza y mi energía, Él es mi salvación… No he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor.”
 
1. ¿Cómo está la vela de mi fe en el Resucitado?
2. ¿Cómo vivo la fe en la comunidad?
3. ¿Por qué no se entiende el anuncio sin la experiencia con el Resucitado?