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“¡SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO!”: TESTIMONIO DE MISERICORDIA.

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EVANGELIO DE HOY: 24/4/22 (Jn 20,19-31).

Hoy es domingo de la Divina Misericordia. La Biblia comprende la misericordia desde el término hebreo: “rehamîm” que significa “entrañas”, “seno materno”. Como concepto, también es sinónimo del hebreo hésed, que puede ser traducido por “bondad”, “amor” y “gracia”.

En los conceptos latinos se la vincula a la etimología miseri (miseria, necesidad) y cor/cordis (corazón); relacionado a tener un corazón solidario con aquellos que tienen necesidad. El Nuevo Testamento, para hablar de misericordia utiliza el concepto griego éleos, de donde surge la invocación litúrgica: Kýrie eléison: “Señor ten piedad/misericordia”.

La misericordia no es un sentimiento pasajero de Dios, sino que es su misma naturaleza. Dios es aquel de “entrañas blandas”. Esta raíz es su ser, lo que dirige su manera, su pensamiento, sus acciones. De esta naturaleza es el Hijo, quien la encarna, adquiriendo ésta forma y rostro. De ahí que María sea Madre de la Misericordia. Porque la Palabra se hizo carne, y al mismo tiempo, se hizo Misericordia. Meditemos cómo ésta se palpa en el evangelio de hoy:

Los discípulos estaban en una casa. Dice el relato que era al “anochecer…” y que estaban así por “miedo a los judíos”. Entremos en este espacio. Contemplemos a los amigos de Jesús como polluelos sin nido, temblando. Y es aquí donde actúa la misericordia. La misericordia da más de lo que uno merece o espera; es una actitud de comprensión exigente. Porque si bien es cierto que “la misericordia es gratis, no es barata”. Jesús se conmueve, porque resucitado, vive, ve, acompaña… se presenta, se manifiesta, se deja sentir de manera pedagógica, comprendiendo la debilidad humana para hacerla madurar y perfeccionarse.

Por su misericordia Él, consigo, trae la paz para la comunidad. Y, además, les ofrece su aliento: espíritu, don y gracia. Es lo que favorece un nuevo nacimiento, una nueva creación… Con todo, constatamos un detalle, faltaba “uno”. Nuevamente, actúa la misericordia, la paciencia, la tolerancia, el iniciar otra vez… Todo esto se hace necesario para garantizar una fe sólida. En cada aparición se presenta un caso nuevo. En el de hoy, Tomás, y con él, la incredulidad de los seres humanos.

Si los otros discípulos se contentaron con ver las manos y el costado del Señor, Tomás exigirá, para creer, no sólo “ver”, sino “meter las manos en la señal de los clavos y en el costado”. Por misericordia, ocho días después, Jesús le permite tener una experiencia íntima con Él. En este sentido, la expresión: “¡Señor mío y Dios mío!” es reflejo vivo de quien ha experimentado no sólo las cicatrices de la pasión, sino el mismo seno de la misericordia.

A la misericordia de Dios abandonamos nuestras dudas e incredulidades. Que su boche nos alcance y nos haga crecer: “No sean incrédulos, sino creyentes”.

Con el salmista rezamos: “Den gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”.

  1. ¿Qué me dice este pensamiento místico de Santa Faustina? (Del Señor): “Quien no quiera entrar por la puerta de mi misericordia, tendrá que entrar por la puerta de mi justicia”.
  2. ¿Cómo vivo la misericordia de Dios en mi vida? ¿Cómo hago vida las obras de misericordia?
  3. ¿A qué me compromete experimentar la misericordia del Señor?