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A LA LUZ DEL RESUCITADO: FUNDAMENTOS DEL AMOR

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EVANGELIO DE HOY: 27/4/22 (Jn 3,16-21).

El pasaje comienza así: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna”. A partir de este amor de Dios, ¿cómo estamos nosotros amando? Meditemos:
 
Quien ama se entrega. Dios no sacó cálculos para ver si “el mundo” merecía o no a su único Hijo. Sencillamente lo entregó con un fino propósito: la salvación. Este amor de Dios se concretiza, no queda en palabras confusas, ni en promesas irrealizables. Si el propósito fue salvar al ser humano, entonces dispuso los medios y mediaciones alcanzables para facilitar el proceso de unión con Él. Lo dio todo de su parte.
 
El amor de Dios es interesado, pero no para sí mismo. Le interesa el bien del otro. No anda buscando cómo descartar, menospreciar, entresacar, privilegiar… Le mueve integrar a todos… No busca minucias para enjuiciar, sino brechas y oportunidades para que la gente se convierta y crea.
 
Quien ama enciende la luz. Dios encendió la luz para el mundo. Ya todo está encendido en Cristo Jesús. Los criterios están claros, los canales también. Él se dejó doler por la oscuridad. De alguna manera comprendió la dispersión y de ahí la decisión de alumbrar. Como quien custodia atentamente las reacciones, constata que mucha gente se acostumbró a la oscuridad y a las tinieblas…
 
Por amor, el Señor despierta la conciencia. Porque la conciencia es una luz que el ser humano no se da a sí mismo. Es un sagrario para hablar a solas con Dios. La conciencia es amiga del hombre y de la mujer, pero es criatura de Dios. Él la dio para favorecernos. Es una lumbrera divina, hoguera de amor. Cada uno de nosotros ha de preguntarse qué está prefiriendo en este momento de su vida: luz o tinieblas. Uno podría decir, de una vez, que la luz… pero cuando hacemos cosas a escondidas, para no escandalizar, cuando hablamos mentiras… estamos caminando a oscuras aunque alumbre el sol del día.
 
El amor de Dios es dulce y exigente. Interpela y cuestiona: “el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz”. Cuando una gente quiere salir de los valles oscuros sólo tiene que empezar a arrimarse a los pequeños faroles que tiene cerca. Porque lo que se expone a la luz se torna luz. No tengamos miedo a la claridad. Ella nos educa, nos corrige, nos encamina. Nos hace libres y verdaderamente felices.
 
Oremos con las palabras del salmo: “Contemplen al Señor y quedarán radiantes, su rostro no se avergonzará… Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha y lo salva de sus angustias. El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege. Gusten y vean qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a Él”.
 
1. ¿Cómo la luz del Resucitado me ilumina para amar?
2.  ¿Cómo se concretiza mi amor hacia las demás personas?
3. ¿La forma en que amo conduce a las demás personas hacia Dios?