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EN LA ESCUELA DEL RESUCITADO

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EVANGELIO DE HOY: 28/4/22 (Jn 3,31-36).

Estamos cursando el trayecto de 50 días entre Pascua y Pentecostés. Y el objetivo de este proceso es que aprendamos a vivir, no sólo como resucitados sino en el Resucitado. Todos los textos nos van introduciendo en este arte, que es don y tarea humana. Hoy, nos detenemos en el testimonio que Juan ofrece sobre Jesús, y del cual obtenemos enseñanzas para nuestras vidas:

“El que viene de lo alto está por encima de todos”… Es Jesús. Él es el único que conoce a plenitud las cosas sagradas. Ha visto y oído, por eso da testimonio, habla palabras de Dios. Ha experimentado el amor del Padre, quien ha puesto todo en sus manos; lo ha enviado. Por su parte, el Hijo, da sin medida lo recibido.

Juan coloca a Jesús, como diría Santa Catalina de Siena, como “el puente que une el cielo y la tierra”. Por eso, cuando el bautista afirma: “el que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra”, deja claro la autoridad de Jesús y la limitación hasta de sus más íntimos seguidores. En este sentido, nada válido podríamos nosotros decir o testimoniar, desde esta fe, si no ha nacido de una íntima experiencia con el Resucitado. Uno no se quema con la palabra fuego, sino con el fuego mismo. La humildad del bautista nos coloca en una actitud discipular constante. Es necesario contemplar para dar lo contemplado.

El pasaje bíblico fundamenta el lema de Santo Domingo de Guzmán: “Hablar con Dios y hablar de Dios”. Y justamente aquí tenemos una luz para ejercitarnos en este proceso hacia Pentecostés. De la misma manera en que el Hijo tiene autoridad por haber estado unido al Padre, así mismo nuestro testimonio tiene autoridad en la medida en que estamos unidos a la Luz de Cristo, el puente donde podemos elevarnos.

El bautista nos ayuda a garantizar las actitudes necesarias en esta relación con el Resucitado: no buscar puestos, reconocimientos ni público… sencillamente, dar sin medidas aquello que nos ha sido confiado; lo que exige, de nosotros, una postura de abandono constante mediante la oración y la vida sacramental, vitamina para la fe.

Señor: que en este tiempo, cuando las cosas de la tierra (en el sentido plenamente humano, pasajero, temporal), nos quieran distraer, ayúdanos a elevar nuestra mirada al cielo (a lo esencial, lo firme y duradero). Queremos aprender a estar en Ti así como Tú estás en el Padre. Guárdanos en tu corazón, Señor, y que desde éste podamos dar sin regateos todo lo recibido.

  1. ¿Qué he estado aprendiendo en la escuela del Resucitado?
  2. ¿Cómo está la consistencia de mi unión con el Señor?
  3. ¿Estoy hablando de aquello que primero he contemplado?