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JESÚS: PAN DE CARNE
PARA QUE SEAMOS EN ÉL CARNE RESUCITADA.

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EVANGELIO DE HOY: 5/5/22 (Jn 6,44-51).

«El pan que yo les voy a dar es mi carne». Esta frase de Jesús nace en el contexto donde mucha gente le seguía, no por los signos, sino porque habían comido hasta saciarse movida por lo transitorio, con la conciencia dormida (Jn 6,26). Para comprender su expresión referente al “pan de carne”, recordamos que “carne” en su sentido griego (sárx) puede designar «la totalidad del ser humano». Sárx es el mismo vocablo que aparece en Jn 1,14: «La palabra se hizo carne». Analizamos que ese «pan» y la «palabra» son la misma cosa. En su encarnación, el Señor nos da la posibilidad de que seamos una nueva “carne”.

Jesús es el pan de Dios, bajado del cielo, cocido en aquella que dijo, mediante un sí convencido y convincente «Hágase en mí tu Palabra» (Lc 1,38). Jesús es el pan horneado por María. !Cuántas huellas marianas en ese bendito pan!

Al ofrecerse como «pan de carne», recurriendo a una imagen humana, casera, necesaria, queda manifestada la extraordinaria pedagogía divina. El pan es un asunto primordial para todos nosotros. Jesús comienza acaparando nuestra atención, con aquello que primeramente nos interesa, para luego atraernos hacia el alimento que Él ofrece, en su propia persona, y para nuestro propio bien.

Con tal ofrecimiento, Jesús inaugura un nuevo sentido a nuestra “carne”, a nuestro cuerpo, a nuestro ser. En Lucas 24,39 se lee: “Miren mis manos y mis pies; soy yo mismo. Pálpenme y piensen que un espíritu no tiene carne y huesos como ven que yo tengo”. Se trata de una carne revitalizada por la fuerza del Espíritu. Una carne que ha superado las fronteras de la muerte. Jesús nos abre paso, siendo el Camino, para que seamos en Él carne resucitada.

De la misma manera que Cristo no experimentó la corrupción de su cuerpo (Hch 2,31), como se testimonia en (Jn 8,31-32): -“¿Quién de ustedes puede probar que soy un pecador?”, al compartirnos su pan, nos introduce en un camino de santidad, para que seamos plenamente templos vivos del Espíritu. La carne, sin el Espíritu, no sirve de nada. De ahí que las palabras de Jesús vengan hasta nuestra fragilidad hechas Espíritu y Vida (Cf. Jn 6,63).

Rezamos con las frases del Salmo 65: “Bendigan, pueblos, a nuestro Dios, hagan resonar sus alabanzas, porque Él nos ha devuelto la vida y no dejó que tropezaran nuestros pies./ Aclamen al Señor tierra entera”.

1. ¿Qué me dice la expresión: “Ser, en Cristo, carne resucitada”?
2. ¿Qué valor y dignidad doy a mi cuerpo como templo vivo del Espíritu Santo?
3. ¿Cómo me comprometo para que otras personas comulguen el pan de carne para la vida eterna?