Mar. Abr 16th, 2024

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QUIEN PERMANECE EN EL AMOR POR DENTRO OFRECE SUS FRUTOS POR FUERA.

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EVANGELIO DE HOY: 14/5/22 (Jn 15,9-17).

Las enseñanzas de Jesús, hoy, giran en torno al amor. Parte de la referencia: “Como el Padre me ha amado, así los he amado yo”. Con esta frase pudiéramos hacer un retiro; adentrándonos en la manera en cómo se concretiza, en Jesús, el amor del Padre, y cómo dicho amor le sirve de guía para amarnos a nosotros, involucrándonos también en esta sintonía. Tengamos presente que, del amor entre el Padre y el Hijo nace el Espíritu Santo; tremendo nido de amor, en el que Jesús nos manda a permanecer.

El verbo “permanecer”, del griego (méno), tiene el sentido de “quedarse en una relación”, “en un lugar”, y ahí “morar”, “perseverar”, “retener”, “vivir”. Al Jesús mandarnos a permanecer en su amor nos está pidiendo una opción de vida, dándonos la herramienta o la estrategia para lograrla: “Guardar sus mandamientos”. San Agustín se pregunta: “¿Es el amor el que hace guardar los mandamientos o es la guarda de los mandamientos la que hace el amor?” Concluye diciéndonos que el amor es primero.

Por amor Jesús nos da los secretos de santidad que Él vive con el Padre. Nos habla de las cosas que sólo Él puede hablar. Nos permite experimentarlas. Por amor el Señor desea darnos su alegría; se interesa que ésta alcance, en nosotros, plenitud. Sólo se alcanza la plenitud entrando en esta hermosa dinámica de “amarnos unos a otros”. El amor que se lleva dentro ha de manifestarse hacia fuera, reflejarse, concretizarse… y son las relaciones interpersonales el escenario donde este amor se ejercita.

El amor en su esencia supone la dimensión comunitaria. La gente se ama en comunidad. Una comunidad que se ama refleja lo cotidiano de la Santísima Trinidad; no existen relaciones de dominio, sino de amistad, donde la expresión culmen es “dar la vida por los amigos”.

Jesús nos ha elegido a cada uno de nosotros para amar. Su elección tiene una meta: “que demos frutos de amor”. “Los frutos no se lo comen los mismos árboles”, sino los otros, los hambrientos. El Señor no quiere frutos esporádicos, sino “permanente”, “constante”. Todos los frutos que nacen de este nido de amor son sanos, santos, y se suman a la gloria del Padre. Quien sabe permanecer y amar, puede pedir a boca llena, porque “lo que pidan al Padre en mi nombre se lo dará”. ¿Qué pudiera pedir al Padre una gente llena de amor?:

“Señor, ayúdame a permanecer en ti, y en ti, amar hasta dar la vida”.

  1. ¿Cuál es mi modelo para amar?
  2. ¿Qué tanto estoy permaneciendo en el amor de Jesús?
  3. ¿Cómo reflejo el amor a Dios en el amor a los demás?
  4. ¿Quién come los frutos de mi cosecha?