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Por relaciones rentables, sostenibles y humanizantes

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El bienestar y la felicidad son muy válidas y generalizadas aspiraciones humanas.

Aunque existan corrientes de pensamiento y enfoques filosóficos al respecto, la generalidad de las personas orientamos nuestras acciones hacia el bienestar y la felicidad. Si a eso sumamos el modelo de vida que mayoritariamente rige en el mundo actual, ambas categorías quedarán remitidas a lo que asumimos como “desarrollo”.

Pero eso no siempre ha sido así. Una breve mirada histórica sirve de ayuda para entenderlo. Recordemos que, durante la primera mitad del siglo XX, los ojos del mundo estuvieron muy puestos en Europa. Allí ocurrieron dos guerras mundiales provocadas por los desacuerdos en torno a quién lograba y mantenía la hegemonía en el planeta.

Para ese tiempo, América Latina acababa de completar un proceso en el que se cortaba su dependencia de los países europeos que se habían distribuido el dominio de los territorios ubicados entre los océanos Atlántico y Pacífico. Los últimos casos incluyeron a Cuba, Filipinas y Puerto Rico, al finalizar el siglo XIX e iniciar el XX.

Eso explica que en América Latina no se tuviera como prioridad eso que algunos años después se denominaría “desarrollo”. Fue al concluir la Segunda Guerra Mundial cuando comienza a plantearse la idea de “países desarrollados” y “países subdesarrollados”.

DESARROLLO

De hecho, una de las acepciones sobre desarrollo que ofrece la Real Academia Española de la Lengua es: “Evolución de una economía hacia mejores niveles de vida”. Sin embargo, aun asumiendo ese significado, nos encontraremos con diversas corrientes que matizan el término en función de las concepciones filosóficas que le sirvan como soporte.

Algunos tratadistas ubican cuatro corrientes fundamentales en este ámbito: una de ellas está referida al estudio evolutivo; otra, a las necesidades humanas; una tercera se coloca por encima de las organizaciones, las estadísticas y los datos de la calidad de vida de las personas a las cuales se refiere; y una cuarta “considera el desarrollo como algo más integral, que incluye el estudio de condiciones individuales, las sociales y políticas”, a lo que se puede agregar “las condiciones de contexto en las cuales se viabiliza la existencia de los seres humanos”. A esta última se le conoce como “Perspectiva Alternativa”.

Algunos enfoques y aportes que resultan de gran valor proceden del entorno iberoamericano. En ese sentido es destacable el planteamiento de la investigadora Luisa Rodríguez, en su trabajo titulado: La influencia de la ciencia y la tecnología dentro de los procesos claves para alcanzar el desarrollo sostenible de la localidad. Entre otros matices, es destacable que esta estudiosa se empeña en relacionar el desarrollo con el territorio.

Rodríguez define el desarrollo local como “el proceso de organización del futuro de un territorio, y resulta del esfuerzo de concertación y planificación emprendido por el conjunto de actores locales, con el fin de valorizar los recursos humanos y materiales de un territorio dado, manteniendo una negociación o diálogo con los centros de decisión económicos, sociales y políticos en donde se integran y de los que dependen”.

Visto así, aspectos como la visión, la participación activa, el ser humano como centro, y el consenso, se vuelven determinantes a la hora de emprender cualquier acción que persiga real desarrollo en cualquier demarcación.

Visto así, lo más pertinente y sabio sería aprovechar este tiempo de cambios que nos ha correspondido vivir para generar las transformaciones que la propia realidad “pide a gritos”, muchas veces con métodos y medios muy crueles, de cara a humanizar las relaciones que norman la vida en sociedad.

Visto así, cuando los denominados “líderes hegemónicos” han demostrado enorme incapacidad para el entendimiento, debe haber llegado el tiempo para que personas como tú y como yo, simples mortales, nos inscribamos en la perspectiva de cultivar relaciones rentables, sostenibles y humanizantes.