Vie. Abr 19th, 2024

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LA SANTIDAD COMIENZA CON UNA VIDA SENCILLA CONFORME AL PARECER DE DIOS.

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EVANGELIO DE HOY: 13/7/22 (Mt 11,25-27).

En el pasaje, Jesús inicia con una acción de gracias. Está feliz en sintonía con el pensamiento de su Padre. Le expresa su gratitud. Tienen un solo sentimiento: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla”.

Quien realza la sencillez es el “Señor de cielo y tierra” y quien se alegra en ella es el Hijo de Dios. Pidamos entonces al Espíritu que nos conduzca por estos caminos tan contrarios a lo que el mundo presente nos quiere inculcar:
 
La referencia a “sabios” y “entendidos” no quiere expresar que Dios excluya a personas concretas de verdades de su Reino. Sino que apunta hacia quienes han puesto su intelecto, sus habilidades, sus destrezas por delante de todo, apoyándose en sus propias convicciones. Tal actitud de autosuficiencia y arrogancia crea una coraza donde la luz de la revelación no puede llegar; es la misma persona quien descarta la posibilidad. Alguien ha dicho, en este sentido: “Es sencillo ser feliz, lo difícil es ser sencillo”.
 
Introduciéndonos en el corazón del texto: ¿quién es una persona sencilla? ¿Cómo podríamos alcanzar esta virtud? La sencillez de vida está muy unida a la dimensión de “infancia espiritual”, a esa disposición bonita de ser como niños y niñas delante de Dios, y en el relacionamiento con las demás personas. Es la decisión firme de volver a recuperar la inocencia; descartar la malicia, arrancar las hierbas de violencia que buscan crecer en nuestro jardín interior. Se trata, en pocas palabras, de dejarse conducir por Dios.
 
La sencillez comienza con una vida de oración, hasta sentir gusto por ésta. Ella se va consolidando en la medida en que nos deleitamos en el Señor y lo vamos aceptando como lo más valioso y verdadero. Sencillez es entrar en la música de Dios, en su transparencia, en su verdad.

En la medida en que vamos siendo más honestos con aquello que Dios nos muestra, nos damos cuenta que cada vez necesitamos menos cosas superfluas para ser felices. Cuando Dios entra el desapego crece. Los ojos se ejercitan en descubrir y captar las huellas de Dios en todas las cosas, en todas las personas, en todas las actividades, labores y quehaceres.  
 
Las personas sencillas se alegran y alegran a los demás. No andan quejándose porque sobran motivos para agradecer, como Jesús lo hace. El Señor nos quiere sencillos. Ojalá comencemos mirando el armario de casa, y nos hagamos algunas preguntas: ¿por qué se ha ido llenando?, ¿qué necesito para andar con dignidad?, ¿con quién compartir?, ¿cuáles actitudes debo sacar de mi armario interior para ser como el Señor me sueña?
 
Señor: gracias porque pacientemente nos revelas los tesoros de tu amor. Danos la gracia de detenernos en ellos. Y que la luz del cielo nos permita apreciar la gracia trascendente con la que nos alimentas a diario. No queremos complicarnos la vida llenando expectativas ajenas. Señor, que el vuelo de un pájaro, una mirada limpia, la mano de un amigo…, pueda despertar en nosotros la mejor sonrisa. Gracias Jesús porque nos quiere sencillos y santos.