… VIDAS TRANSFIGURADAS.
3 min readEVANGELIO DE HOY: 6/8/22 (Lc 9,28b-36).
Hoy celebramos la fiesta de la transfiguración del Señor, una visión anticipada de la gloria de Jesús, antes de su pasión, y que muestra su verdadero rostro, el rostro de Hijo predilecto de Dios, a quien hay que escuchar. En este sentido, “transfiguración” tiene que ver con “cambio”, “transformación”, “mudanza de forma”, hasta revelar su naturaleza genuina. El Señor invita a Pedro, Santiago y Juan a que suban con él al monte para hacerles partícipes de este acontecimiento. Con esta experiencia, hecha memoria, podrían interpretar, desde la fe, ver al mismo Jesús desfigurado y triturado por el sufrimiento. ¿Cómo podríamos nosotros vivir desde la espiritualidad de la transfiguración? Veamos las luces que el mismo texto nos presenta:
Lo primero es: “escuchar la voz de Jesús”, es Él quien invita a subir al monte, con su propósito. Se trata de tener experiencia con su persona. El monte está dentro de uno mismo, cuando se le da primacía al encuentro con el Señor. Es un apartarse. Es recogerse, interiorizar… Y ahí, en silencio, la espiritualidad de la transfiguración comienza identificando y sintonizando con su voz. No es cualquier voz, es la del Señor. Él abre las puertas de la gloria, revela el tesoro, muestra el cielo, despierta el gusto por la santidad, la fidelidad, la obediencia.
Los tres discípulos nos educan a perseverar en “tiempos fuertes de oración”. No importa si caemos de sueño, si intenta vencer la pereza o el cansancio. Incluso, no importa si hablamos alguna chuchería, pues el mismo Espíritu nos corrige, como lo hizo con Pedro; sugirió hacer “tres tiendas”, y le interrumpieron la propuesta; más que hablar, al monte se sube para oír y contemplar.
Si subir al monte es necesario, bajar es fundamental. No se baja de la misma manera. Al Señor dejarnos contemplar su gloria, vamos descubriendo su gracia por todos lados. Por eso dice el salmista: “la santidad de Dios llena la tierra”, es la frase de una mirada transfigurada en Cristo, quien la dijo, ya ha bajado. No importa si su gloria se oculta detrás de la apariencia. Los ojos contemplativos están ejercitados para rebuscar al Señor en todas las cosas. El Señor nos prepara para contemplarlo aún en medio del sufrimiento, en los cuerpos enfermos, pobres, desgastados, marginados…
La espiritualidad de la transfiguración nos ejercita para caminar con paciencia ante las controversias de la vida, porque el mal y el dolor no tienen la última palabra. De ahí nace el compromiso convencido. Nos comprometemos con la causa de Cristo, para que su gloria se manifieste, y que sea experimentada. Nos desafía a que nuestra propia vida testimonie la santidad de Dios.
Señor: gracias porque te nos das en la Santa Eucaristía. Alimento de vida que nos permite transfigurarnos contigo; en ella nos encontramos. Nos unimos. Nos hacemos una persona para ir a todos lados juntos. Ayúdanos, Señor, a configurarnos más plenamente. Queremos ser una presencia consoladora y comprometida. Que te vean a ti cuando nos miren. Danos tu gracia, Señor.
1. ¿Nuestra vida puede ser comparada a una lámpara que ilumina en lugar oscuro?
2. ¿Estoy haciendo lo que el Señor me dijo? ¿Qué estoy esperando?
3. ¿Me considero testigo de la grandeza del Señor?
4. ¿Qué responsabilidad he asumido para que las cosas buenas se manifiesten en medio de mi comunidad?