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SOMOS ENVIADOS A SEMBRAR LA PALABRA, NO A COSECHAR SUS FRUTOS.

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EVANGELIO DE HOY: 17/9/22 (Lc 8,4-15).

“Salió el sembrador a sembrar su semilla”… es una imagen hermosa que nos habla, y el mismo Señor nos explica, de la Palabra que se nos da generosamente. Cuando el sembrador sale, va con su “macuto” lleno de semillas. Nadie sale a sembrar con las manos vacías. De la misma manera, nosotros, llamados a sembrar la Palabra de Dios en la mente y en el corazón de las personas, tenemos la tarea de irnos bien preparados. Cada bautizado comprometido ha de preguntarse cómo está su vida interior rebosando o no de la Palabra. ¿Qué podría sembrar quien va con el macuto vacío?
 
A nosotros, en la parábola, no nos están cuestionando sobre los resultados de la siembra. Sencillamente nos alertan que nuestra tarea es sembrar. Uno pudiera desanimarse, en un momento de crisis, porque siente que todo su empeño por sembrar, por evangelizar, ha sido inútil, pues quizás no ve los resultados, la gente no responde. La parábola de hoy nos libera de todas esas angustias. Nos dice, a nosotros no nos han mandado a cosechar, sencillamente nos han mandado a sembrar.
 
El sembrador de la parábola, que es nuestro modelo, lo hace de manera formidable. Con sus manos empuñadas arroja semillas por montones. Lleva un derroche de millas, no las economiza, las esparce. El buen predicador no tiene ruidos interiores; no le importa cómo va sembrando, ni qué van opinando con su faena… No se interesa por cómo lo hará, sencillamente está enfocado en que no se desperdicien las palabras que el Espíritu le dicta al corazón.
 
El Señor nos dice que es su responsabilidad directa, a su santo juicio, implicarse directamente con quien ha recibido la Palabra. Al sembrador, en este pasaje, nada le detiene. No evalúa la condición del terreno. No le toca eso. No los clasifica, no se dice: “esto es un borde”, “aquí está pedregoso”, “esto está lleno de zarzas”, “aquí está la tierra buena”… nada de eso. Él sólo siembra. El Espíritu, quien ahonda en las profundidades, es el único que pudiera entrar en tales dimensiones.
 
Señor: te pedimos la gracia de ser sembradores desinteresados de la cosecha. Que a tu ejemplo, salgamos cada día a sembrar con la misma pasión, movidos y sostenidos por la fuerza y la gracia de tu Espíritu Santo.
 
1.  ¿Qué voy sembrando por los caminos?
2. ¿Qué hay de la Palabra que cada día el Señor siembra en mí?
3. ¿Cómo va mi “macuto” para la siembra? ¿Hay semillas suficientes para sembrar con generosidad? ¿Cómo y dónde me abastezco de nuevas semillas?