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QUE DIOS “HAGA Y DESHAGA” EN NOSOTROS: AMOR A LA VOLUNTAD DE DIOS.

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LECTURAS DE HOY: 24/1/23
(Hb 10,1-10; Sal 39; Mc 3,31-35).

Las lecturas de este día giran en torno a hacer la voluntad de Dios. Como punto de partida consideramos lo que ha dicho en ocasiones el papa Francisco: “Cumplir la voluntad de Dios «no es fácil», por esto es necesario rezar para tener las ganas de seguirla, rezar para conocerla y rezar, una vez conocida”.
 
La carta a los Hebreos nos recuerda cómo el Pueblo de Dios fue madurando en lo relativo a hacer la voluntad de Dios. La tradición de realizar sacrificios, ofrendas, holocaustos con recursos externos, que no tocaban el corazón de la gente, quedó superada con Jesús. El Hijo de Dios hizo vida la profecía cuando dijo y cumplió: “Aquí estoy para hacer tu voluntad” sin contar con sangre ajena, sino con su propia vida, por la santidad de todos nosotros. El Salmo 39 nos pone a tono cuando dice: “Tú no quieres sacrificios…y, en cambio, me abriste el oído…”. El Señor no quiere ofrenda, quiere a la persona en sí. Y le da la gracia de escuchar; es suyo hasta el mérito de responder: “Aquí estoy para hacer tu voluntad”.
 
El evangelio nos lo dice claramente, el deseo y la decisión de hacer la voluntad de Dios es el criterio para formar parte de la familia de Jesús. De hecho, recordemos que “Hágase tu voluntad” es la tercera súplica del Padrenuestro. Bienaventurada la persona que se dispone a realizarla sin importarle el precio que tenga que pagar; éste es el valor del “Hágase” de María.
 
La voluntad de Dios no se descubre aisladamente, se hace necesaria la comunidad, porque encontrarla implica humildad y apertura a la verdad. No podemos confiar a la almohada personal la identificación del querer de Dios. Si en un primer momento hay que procurarla dentro, en un segundo se hace necesario confrontarla fuera, hasta esculpirla y purgar con honestidad espiritual.
 
Hoy, día de san Francisco de Sales, hacemos oración con su pensamiento: “…La verdadera y santa ciencia consiste en dejar a Dios que haga y deshaga en nosotros y en todas las cosas lo que le plazca, sin otra voluntad ni elección, reverenciando en profundo silencio lo que, por nuestra humana debilidad, el entendimiento no acierta a comprender, porque sus designios pueden a veces estar ocultos, pero siempre son justos. El tesoro de las almas puras no está en recibir bienes y favores de Dios, sino en darle gusto, no queriendo ni más ni menos que lo que Él nos da”.

 1. ¿Quiero, en mi vida, lo que Dios quiere?

2. ¿Me intereso por contentar a Dios en todo?

3. ¿Tengo apertura o resistencia a lo que Dios quiere para mí?

4. ¿Soy feliz haciendo feliz a Dios?

5. Medito la expresión: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.