Mar. Mar 19th, 2024

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VANAGLORIA

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«Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mateo 5, 3-9).

Envanecerse, jactarse, presumir, alardear, ser vanidoso, orgulloso o soberbio, son todas palabras sinónimas, que en un lenguaje popular se dice, que una persona con estos atributos, es una persona «aceitosa». Creo que en algún lugar hemos escuchado eso. Lo opuesto es ser humilde,  sencillo, modesto.

Hoy San Pablo a la comunidad de Corinto le escribe: «al que se gloríe, que se gloríe en el Señor» (1 Corintios 1,31). Él le escribe a una comunidad engreída en sí misma, en el mundo griego, lleno de conocimientos, con divisiones en la comunidad (1 Corintios 1,10-17), al compararse unos de otros en el seguimiento de un apóstol determinado (1 Corintios 3,4). Capaces de enjuiciar a sus propios hermanos (1 Corintios 6). Con la vanagloria de que están a la altura de las depravaciones morales que se cometen en la sociedad (1 Corintios 5).

La invitación paulina no es otra que vivir a la manera de Jesús, con el espíritu de las bienaventuranzas. En libertad. Desapegado. Con el corazón vacío de autosuficiencia, egoísmo, ira, avaricia, lujuria.  Abierto a la acción de Dios, nuestro gran tesoro.

Ser dichoso de espíritu es no creerse dueño de la vida. Es saber que si respiras, se debe a Dios. Que Él es la causa primera de nuestra existencia. Santa Catalina de Siena decía : «yo soy la nada más el pecado». Que la sabiduría divina nos haga comprender nuestra pequeñez y la llamada gratuita a descubrir su camino de felicidad. Amén.