Mar. Jun 6th, 2023

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HIJOS DE LA LUZ.

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IV DOMINGO DE CUARESMA
LECTURAS DE HOY: 19/3/23.
(1Sam 1b.6-7.10-13ª; Sal 22; Ef 5,8-14; Jn 9,1-41).

Estamos más cerca de la fiesta pascual, por esto, a esta altura de la cuaresma, el realce está en la alegría. Nuestro caminar penitencial tiene un sentido, una meta y se nos recuerda el llamado a unirnos a la Luz de Cristo. El conjunto de las lecturas de hoy nos brindan elementos que distinguen a los hijos y a las hijas de la luz. ¿Cómo miran éstos?, ¿cómo ven la vida? Meditemos:
 
La primera lectura nos hace saber que los viven en la luz no miran la apariencia. Por eso, Samuel no se dejó condicionar por los rasgos externos de los hijos de Jesé para elegir entre ellos al rey que Dios quería. Justamente, el que faltaba, el que estaba ausente, el más pequeño, ese fue el elegido. Los hijos y las hijas de la luz apuntan al corazón, porque allí acontecen los grandes y válidos misterios no transitorios.
 
San Pablo hace diferencia entre antes y después del encuentro con Cristo. Antes  de Él estaba el mundo de las tinieblas, cuyas obras, nos dice, da vergüenza mencionar. Exhorta a caminar en la luz; los frutos de este camino son: bondad, justicia y verdad. Quien camina en la luz no tiene qué temer; la transparencia dirige sus pasos, sin tantas claves, llaves, seguros, gavetas cerradas… La cantidad de candados que se visualizan por fuera nos muestran, de alguna manera, los rincones oscuros que buscamos ocultar.
 
El evangelio nos muestra cómo el Señor se compadece de un ciego de nacimiento y le abre los ojos. Jesús es el día que llega a nuestra noche. Él nos unta el barro de su misericordia, la saliva de su gracia y retira las escamas de nuestros ojos. El ciego de nacimiento no sabía de felicidad hasta un nuevo despertar con todos los colores de la existencia. En adelante, sólo supo afirmar: “Yo estaba ciego y ahora veo”.
 
Señor, tú has sido siempre, en mi vida, el buen pastor. Me has dado la luz de tus ojos para guiarme, conducirme, restaurar mi vida. Gracias, Señor, porque aunque tenga que atravesar valles oscuros no temo ningún mal, porque tú vienes conmigo. Tu amor y tu misericordia me sostienen. Hazme ver y agradecer la mesa que me tienes preparada, el aceite con el cual me unges, y la copa que transborda de abundantes bendiciones. Abre, Señor, mis ojos, para que mis pobres pupilas contemplen la dicha de vivir en tu gracia.

1. ¿Mis ojos ven la apariencia o se fijan en el corazón? 
2. ¿Con qué se me van los ojos? 
3. ¿Puedo afirmar que estaba ciego y ahora veo? 
4. ¿Qué rasgos en mí testimonian que soy hijo o hija de la luz?

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