Vie. Mar 29th, 2024

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DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

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Hemos comenzado la Liturgia de hoy con la lectura de la entrada triunfal de Jesucristo a Jerusalén. Todos exclamaban: «Bendito el que viene en el nombre del Señor» y «Hosanna al Hijo de David.»

El rey era el que mantenía la hegemonía de Israel. Tenía el poder de la religión, el poder de gobernar y la sabiduría que tenía por la Tieah. Ahora hemos leído la pasión del Señor, su crucifixión, su muerte y su sepultura. ¡Cómo siendo el soberano es juzgado por los tres poderes de Israel! Siendo no sólo el rey, sino Dios, es sometido y condenado. Provocaron que un extranjero permitiera el veredicto final. Jesús pasó por tres juicios.

  • El Juicio de la Religión por el sumo sacerdote y el Sanedrín (Mt 26,57). Y lo declaran blasfemo, por lo tanto, reo de muerte (v. 66).
  • El juicio de la Cultura y la clase intelectual en la persona de Pilato (27,11), lo menosprecia y lo considera relativista. Pilato se muestra cauteloso y sigiloso, culto, en su altura, para no tomar decisiones que se salgan de control ante un pueblo neurótico y esquizofrénico por la embriaguez de la situación del momento.
  • El juicio político, juzgado por el pueblo, la indiferencia de Herodes y la decisión del pueblo (Jn).

La religión, la cultura y la política han condenado a Jesucristo. El pueblo hizo una elección que presentó Pilato: Jesús de Nazaret o Jesús Barrabás. ¿A quién suelto? El pueblo elige a Barrabás porque este no es como Jesús de Nazaret ha dicho oponiéndose a la Ley del Talión.

Jesús de Nazaret habla de cargar con la injusticia. Así lo pronunció en el Sermón de la Montaña: «Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra: al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla vete con él dos. A quien te pida da, y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda. Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5,38-48).

Esto no es lo que quiere escuchar el pueblo. Pues, que se coma sus palabras. Dijiste que se debe dar la otra mejilla y no se cansaron de abofetearlo. Dijiste que camine dos millas, pues camina con la cruz a cuesta hasta el lugar donde vas a morir porque no es justo lo que estamos viviendo. Al que te quita lo tuyo no lo reclames y no solo le quitaron la túnica y el manto sino que le arrancaron la piel. Lo que dijo lo cumplió en la Pasión.

Pilato, como ya la Pascua era inminente, solía soltar un preso. Había un preso que estaba condenado a ser crucificado: Barrabás. Ahí está Jesús de Nazaret. Barrabás también se llama Jesús. Pilato, para salvar a Jesús de Nazaret, lo pone al lado un revoltoso para ver si hacen la elección en contra de este revoltoso.

Jesús es el Salvador, eso es lo que significa Jesús (Jehushúa). Los dos se llaman Jesús. La diferencia está en que uno es Barrabás y el otro de Nazaret. Los dos salva al pueblo. Barrabás era un guerrillero que quería la libertad de Israel por los puños haciendo justicia por sus propios puños. Jesús salva al pueblo de una forma misteriosa, oculta, que eso es lo que significa la palabra Nazaret, el escondido.

Jesús Bar Abbá, es decir, Jesús hijo del padre, por un lado. El otro, es Jesús, pero oculto, de Nazaret. Puede también ser el consagrado o el retoño. Pero estaba oculto para el pueblo en ese momento todo lo que significa nazir y nazoreo.

Barrabás, en una revuelta, había matado a un hombre (Mc 15,7; Lc 23,19), un bandolero (Jn 18:40), un preso famoso (Mt 27,16). Era ante el pueblo bien conocido.

Pilato presenta a estos dos hombre. El pueblo elige la liberación de Barrabás. Claro, Jesús tenía que morir por este hombre. Han matado al inocente. Al levantarse a Jesús en la cruz ponía a todos en evidencia. Por eso, el mismo Jesús cuando hablaba a Nicodemo: «Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre» (Jn 3,14). Y en otro momento dice: «Ahora es el juicio de este mundo; ahora el Príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo cuando sea levando de la tierra, atraeré a todos hacia mí. Decía esto para significar de qué muerte iba a morir» (Jn 12,31-33. Jesús tiene que ser elevado en la cruz y morir para que se ponga en evidencia esta elección. Todos los hombres, de todos los tiempos y culturas, hemos elegido a Barrabás y hemos matado a Jesucristo. Todos hemos querido hacer justicia por nuestra cuenta y no le hemos dejado el juicio a Dios.

Ahora hay un juicio. San Pedro ante la multitud el día de Pentecostés levantó la voz y dijo: «Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado.» Al oír esto, dijeron con el corazón compungido a Pedro y a los demás apóstoles: «¿Qué hemos de hacer, hermanos?» Pedro les contestó: «Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo; pues la Promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro» (Hch 2,36-39).

San Pedro y San Juan en el discurso que pronunció ante el pueblo después de curar al paralítico en el Templo dijo: «Vosotros renegasteis del Santo y del Justo, y pedisteis que se os hiciera gracia de un asesino, y matasteis al Jefe que lleva a la Vida. Pero Dios le resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello» (Hch 3,14-15).

Después de este delito hay que buscar el cuerpo del delito para comprobar la veracidad de lo acontecido. Dios ha resucitado a Jesús. Si vamos a la tumba no está el cuerpo del delito. Ahora la deuda es con Jesús.

Por eso, cuando caemos en la cuenta de la gravedad del delito surge esta pregunta: ¿Qué tenemos que hacer para salvarnos? San Pedro responde: «Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.»

Pues, tomemos las palmas en nuestras manos sigamos a Jesús y muramos con él, para que con él resucitemos. Tomemos la palma del martirio (del testimio) que es la palma de la victoria. Seamos como la palma, cuyo follaje siempre está verde.