Jue. Abr 25th, 2024

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Una flor que le cambió

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Aquella mañana de un día cualquiera, el sol mostraba su vestido más esplendoroso, dejando caer una amalgama de rayos de luz que ponían a sonreír  y bailar con suma alegría las flores del jardín en el patio trasero de aquel hogar integrado por una hermosa familia de cinco miembros, es decir tres hijos y sus padres. Ese día el padre jugaba con su hijo de 7 años, el cual correteaba y reía por la grata compañía que le prodigaba su progenitor; pero de repente se le ocurrió a este, interrumpir dicho instante, para llevarle una flor, la cual cultivó de su jardín, a su esposa junto al niño. Ésta sonrojada por ese gesto colectivo de amor, le concedió besos y abrazos a ambos, como señal de gratitud por tan maravillosa sorpresa.

Después de un tiempo de haber pasado ese detalle tan significativo; una noche en la habitación conyugal dichos esposos estaban discutiendo acaloradamente; las paredes de la casa, se estremecían por el efecto de las palabras emotivas y sin control, que vertía el esposo de sus labios, convertidas éstas, en vientos huracanados e iracundos, ganándole en ruidos a lo que expresaba la esposa. Por lo que traspasados los muros, su hijo pequeño ¡sí! el de 7 años se enteró de lo que ocurría y de inmediato se trasladó al patio de su casa en búsqueda de una flor, cortando la misma; se dirigió con pasos resueltos y seguros a la habitación de sus padres, e interrumpiendo de manera  tierna y valiente aquel momento tempestuoso, se introdujo diciendo: permiso, y depositando dicha flor en las manos de su progenitora, agregó mami, te amo, te quiero…

Este gesto creó una atmósfera de  silencio en donde cualquier mosquito volando causaba ruido; el padre enmudecido ante esa actitud tan gallarda de su hijo más pequeño, decidió no continuar con esos gritos tan irritantes o resquebrajosos, y se calmó.

Transcurridos los días en aquella familia, luego de aquel no grato momento, donde parecía que fruto de las  labores o actividades cotidianas todo andaba bien; volvió a repetirse el enfrascamiento  de una controversia entre la pareja de esposos, esta vez con mayor crudeza verbal y tensión, en donde salían expresiones tan fuertes y severas que producían la  inaudita impresión  de empalidecer la hermosa decoración y el encanto que allí había.

Es que el rugido estruendoso del esposo ahogaba las palabras y el sollozo profuso de la esposa, haciendo tornar de imperceptible la reacción de ésta. Su incontinencia verbal era tal, que se transformaba en lavas volcánicas dañando con paso destructor el respeto mutuo que debe existir en una relación, arrasando con la madurez  y la comunicación efectiva que debe primar en el seno de la familia, marchitando severamente la convivencia sana y armoniosa del hogar y poniendo en riesgos la salud espiritual de sus hijos.

Y entonces ocurrió algo que se pensaba que estaba olvidado, cuando su hijo más pequeño, nuevamente fue a buscar otra flor en el jardín, e introduciéndose en donde se encontraban sus padres,  con cara de preocupación más dos lágrimas negras que brotaban de sus ojos, pidió permiso, y se dirigió con mucha timidez donde su madre, le hizo entrega de la flor, con voz cohibida le dijo: te amo mami y luego la cubrió con un fuerte abrazo, cual si fuese un escudo de amor.

Al observar el papá esta acción, sentimientos rápidos de culpabilidad se asomaron en su mente y su corazón, se sintió muy avergonzado, pero a la vez  muy orgulloso de su infante; por lo que llorando intensamente se cuestionó en su interior con dureza; y de inmediato decidió responsablemente asumir cambios como esposo y padre.

Lo primero que reflexionó valientemente, fue analizar y cuidar, lo que siembra en sus hijos; que como muy bien expresa el poeta y escritor filosófico ingles James Allen, “el hombre cosecha los frutos dulces y amargos que él mismo siembra”.

También determinó exigirse y esforzarse por ser mejor persona, padre y esposo cada día. Planteándose a si mismo, sacrificar ese “yo” que estaba causando tantos daños en quienes decía amar. Es que sin decisión de cambio ni sacrificio puede haber crecimiento, mejora o progreso.

Luego pidió perdón a su esposa, prometiendo no volver a repetir esas aptitudes que no las hacían feliz. Entonces se conjugaron en un solo abrazo de reconciliación, sirviendo esta experiencia como aprendizaje y oportunidad de lograr tener una familia sana y un matrimonio feliz. La flor como cómplice y espectadora desde la mesita en que estaba,  sonreí sin parar.

Al pasar el tiempo, fruto de la constancia y esfuerzo, ya cumplieron diecinueve (19) años de casados, y él envuelto en pensamientos tomando una taza de té, recuerda con suma gratitud la flor que le cambió.