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Nace la esperanza en Belén

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Estamos esperando como si fuese en aquellos tiempos, la llegada del Mesías.

Por este motivo, nos acercamos a quien lo trae, María, su madre y en quien lo protege y custodia, José su padre terrenal.

María mujer que supo confiar plenamente en Dios aun sin entender los proyectos para su vida. Un ser excepcional sin lugar a dudas; como debía ser la Madre del Salvador.

Nos la imaginamos con los ojos de la fe: de la intuición interior que nunca falla. Así la vemos: bondad exquisita, ternura infinita, complacencia continua, sabiduría divina, todo esto y mucho más en una mujer sencilla y humilde como luego también siguió sus pasos su Hijo Jesús quien vendría al mundo para redimir al hombre y darle gloria a Dios, mostrándonos el camino de la salvación.

Sencillez y humildad, virtudes tan necesarias en nuestros tiempos que nos afanamos y agitamos por tantas cosas banales y superficiales.

San José

También vemos a José un santo varón cuya misión exquisita de custodiar a Dios mismo no podrá ser aquilatada en su justa dimensión mientras vida tengamos, ya que aceptó en silencio ese milagro aún sin entenderlo cumpliendo a cabalidad el reto difícil y vital para toda la humanidad de sostener y proteger a Jesús Dios con nosotros junto a Santa María la Virgen Madre.

Es tiempo de valorar lo verdaderamente valioso, la esencia, la profundidad, como en una bella conjunción de palabras San  Juan Pablo II nos decía de ¨”Remar mar adentro”.

Allí donde la quietud y la calma cobran una belleza que nos seduce y absorbe con el fin de llenarnos de Dios sobretodo en la oración para luego salir al encuentro de los hermanos y mostrárselos con expresiones distintas de amor y fraternidad.

Sencillez preciosa que nos hace recrearnos en un amanecer o un atardecer asi como en la contemplación de la sonrisa de un bebé al iniciar su vida llena de esperanza o en la de un anciano sonriendo con satisfacción de haber vivido una vida plena.

Humildad de saber que nada somos sin Dios y que el mismo Dios es Humilde al acercársenos como lo hace en la encarnación de un niño, tendido en la pobreza de un pesebre. Humildad que nos hace reconocer la grandeza e omnipotencia de nuestro Dios y nuestra pequeñez y fragilidad que es nuestra fortaleza cuando nos ponemos en sus brazos que nos abren el camino a seguir.

Que en estas Navidades se renueve nuestra fe, y a los que han sido bendecidos con la experiencia personal del encuentro con Jesús sean testigos de su presencia viva entre nosotros para arrastrar a la vida y esperanza a los que todavía no la hayan han tenido por dejarse absorber de las cosas temporales y puedan presentarles al único que puede dar sentido a su vida y llenarle de felicidad desde este momento hasta la eternidad.

A ti, Divino Niño Jesús que naciste en Belén te pedimos que nos bendigas en este propósito para glorificar contigo a nuestro Padre del Cielo en el Espíritu Santo. Amén.