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ADEMÁS DE ORAR HEMOS DE PREGUNTARNOS: ¿CÓMO ESTAMOS ORANDO?

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EVANGELIO DE HOY: 26/3/22 (Lc 18,9-14).

La parábola que Jesús nos presenta hoy, sobre el fariseo y el publicano está bastante clara. Nos permite preguntarnos ¿cómo estamos orando? Aquí se nos presentan dos actitudes opuestas que permiten tomarnos el pulso para interpelarnos y considerar si existen en nuestra oración algunos destellos de los rasgos que Jesús describe en uno y en otro personaje. El pasaje nos ayuda a madurar en nuestra manera de rezar. Meditemos:
 
Los dos hombres subieron al templo. En ellos también vamos nosotros. Subimos al lugar reservado para hablar con Dios. Allí donde nos espera de manera especial. Todos llegamos, pero no lo hacemos de la misma manera. Este templo bien puede ser el físico, pero también el santuario interior, nuestro aposento personal, íntimo, el escenario del corazón. (En adelante la letra F = fariseo; P = publicano).
 
F: Llega con una postura erguida. Lo que lleva por dentro se refleja por fuera. Todo indica que estaba distraído. Desenfocado. Satisfecho. Realizado. Se acerca ¿a buscar qué? No le cabe nada porque está lleno de sí mismo. Está ocupado con su propia persona.
 
P: Llega y no se atreve ni a levantar los ojos al cielo. Su corazón no está engreído. Su mirada no es altanera. Tímidamente ha quedado detrás. Allá la mirada de Dios lo ha alcanzado. Su misericordia lo ha identificado. Con él trajo todas sus miserias, la conciencia de no haber agradado al Señor como deseaba. Está ahí con su arrepentimiento.
 
F: Ofrece una acción de gracias en su propio nombre: “Te doy gracias porque no soy como los demás hombres”. Hace un recorrido en su entorno; se compara. Mal habla con Dios sobre los pecados ajenos, los nombra. Parte de los que están distante y termina con el que está cerca: “no soy como ese publicano”. El resto de su tiempo lo emplea para describir sus prácticas religiosas (ayuno, diezmo…). Hizo una lista de quien considera estar al día en su relación con Dios.
 
P: No emplea tiempo para repasar a los demás. Se enfoca en las faltas personales, con las que se ha presentado delante del Señor. Mientras que el fariseo se limitó a una acción de gracias, el publicado se concentra en la súplica. Pide sinceramente diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.
    
El fariseo y el publicano, los dos bajaron del templo, pero no llegaron a su casa de la misma manera. Uno se trajo a sí mismo; el otro trajo en él la gracia. “Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.  
 
Señor: te pedimos perdón por las veces en que estamos escuchando predicaciones y traemos a la memoria las debilidades de los demás sin sanas intenciones. Perdón por las ocasiones en que hemos repasado la parroquia entera sin llegar a nosotros mismos. Así no podemos crecer. Danos la gracia de la humildad, de detenernos ante aquello que cargamos dentro, y que necesitamos denunciar con valentía delante de ti. Señor, queremos sinceridad y honestidad en nuestra oración. Ayúdanos a no perder el tiempo, y que concluyamos con la gracia de tu perdón por haber realizado una oración de fe madura.

  • ¿Cómo estoy orando?
  • ¿He repasado pecados ajenos en la oración; con qué intención lo he hecho?
  • ¿Qué cosas he aprendido de este publicano?