Vie. Jul 26th, 2024

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ESCUCHAR A DIOS SIN ENDURECER EL CORAZÓN.

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LECTURAS DE HOY: 16/3/23 (Jr 7,23-28; Sal 94; Lc 11,14-23).

En la primera lectura se observa un disgusto profético. Jeremías presenta al Pueblo un mandato de parte de Dios: “Yo seré su Dios y ustedes serán mi Pueblo”. La iniciativa viene del Señor, y lo hace por amor. Recuerda la madre que exige al niño caminar por la senda que le garantice la vida, para que le vaya bien. La controversia comienza cuando el Pueblo no capta lo que se le dice, y no acoge lo que le conviene. Desperdicia las orientaciones y el derroche de amor ofrecido.
 
Ese pueblo terco somos tú y yo cuando caminamos conforme a nuestras propias ideas y convicciones personales; cuando nos dejamos orientar por lo que habita en el corazón, sin discernir, sin considerar nuestro fondo a la luz de Dios. Somos pueblo de dura cerviz siempre que ignoramos las sabias enseñanzas, los buenos consejos de amigos, creyendo que vamos bien a nuestra manera.
 
Dios, no sólo habla al Pueblo mediante el profeta, sino que le grita y le repite la misma cosa para ver si le queda algo. La paciencia se deja sentir cuando Él espera una respuesta ante sus palabras y sólo encuentra silencio. Se denuncia, de esta manera, un corazón endurecido. Nuestro corazón está endurecido cuando no se transforma, no cambia; consume reflexiones, retiros… y todo lo bueno le pasa por encima, sin reflejo de conversión.
 
El evangelio nos muestra las maravillas del Señor en nuestras vidas cuando, ante Él, no endurecemos el corazón. Quien no escucha no puede hablar. Jesús echa de nosotros el mal de la sordera, y el consecuente mal de la mudez. ¿Cómo podríamos hablar de Dios sin antes haberle escuchado? Con razón recita la oración: “Señor abre mis labios, y mi boca proclamará tu alabanza”.
 
El Salmo 94 nos orienta la actitud verdadera para dejarnos conducir: “Ojalá escuchen hoy la voz del Señor: no endurezcan su corazón”. Señor, aquí estamos, dispuestos a escucharte. Enséñanos a obedecer.


1. ¿Soy una persona terca o dócil? ¿Por qué me defino así? ¿El hecho de que me defina implica que no cambie para bien?
2. ¿Capto lo bueno que se me orienta o tienen que repetirme la misma cosa, cuántas veces?
3. Cuando Dios espera una respuesta, ¿qué encuentra en mí, silencio o palabra responsable?