Vie. Jul 26th, 2024

ApmPrensa

Agencia de Prensa APM

Trabajo y templanza

3 min read

Vivir sin límites es agredir la vida, la salud, las relaciones interpersonal e intrapersonal. Don Bosco recomendó a los primeros misioneros: “Cuiden la salud. Trabajen, pero sólo lo que les permitan sus fuerzas”. Al reforzar el binomio trabajo y templanza invitaba a los suyos: al equilibrio, a la mesura, a la prudencia a los salesianos y a toda la Familia Salesiana. Pero también añadía “eviten el ocio”. El trabajo permite la donación de sí mismo con sensatez. Por tal motivo, las Constituciones salesianas recuerdan la importancia de vivir en el trabajo, pero con templanza.

Cuando se vive prudentemente este binomio el trabajo se transforma en oración. Incluso, Don Bosco sostenía que: “el trabajo y la templanza harán florecer la Congregación”. En la vida de un salesiano, de un miembro de la Familia Salesiana y de un educador es inconcebible separar el trabajo de la templanza, porque se complementan. Ya que la realidad de la vida misma, exige continuamente: entusiasmo y renuncia, entrega y mortificación.

El trabajo impulsa la prontitud, la espontaneidad, la generosidad, la iniciativa, la actualización constante y, naturalmente, la unión con las personas y con Dios. La templanza, por su parte, conduce al dominio de sí, de ella dependen otras virtudes moderadoras, tales como: continencia, humildad, mansedumbre, clemencia, modestia, sobriedad, abstinencia, economía, sencillez, austeridad. La templanza habla de equilibrio, de límites, cuyo descuido podría comprometer la salud y hasta la vocación misma, sobre todo cuando se cae en ciertas patologías.

Por otro lado, una templanza que “ayuda a mantenerse sereno” no es una suma de renuncias, sino más bien de crecimiento en la fe, en la esperanza, en la caridad, en la adhesión a los principios, en el amor a la comunidad, en la alegría y en la heroicidad de lo cotidiano.

Cuando la persona, a consecuencia de la ausencia de límites laborales, se siente agotada emocional, mental o físicamente, se vive una especie de frustración crónica. Se inicia el descuido de los deberes y se generan cambios de humor. Tales síntomas hablan del síndrome del quemado.

Los límites mantienen una saludable armonía entre el trabajo y la vida. Son vitales a cualquier edad, pero cambian según las relaciones. Estableciendo límites saludables nos sentimos: seguros, queridos, tranquilos y respetados.

Las relaciones sin límites son disfuncionales, irracionales y difíciles de gestionar; generando el descuido a nosotros mismos. Regularmente, a quienes se les dificulta poner distancia les surgen sentimientos de culpa, porque piensan que los demás van a derrumbarse sin su ayuda. Este comportamiento, no es sano, es típico de quien se presenta como salvador de los demás; se presta a una relación simbiótica.

Incluso, Dios establece límites al hombre. La claridad de estos favorece en el hombre la apertura a la gracia y al Espíritu Santo. La ley, las normas y los principios protegen los límites y con ello a las personas. Asimismo, cuando lo santo no tiene límites claros, corre el peligro de diluirse. Quien viola los límites se aísla de la comunidad humana. Reconocer y defender los propios límites duele.