Vie. Abr 19th, 2024

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Lo que quería Salomé

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Usted conoce la historia. Herodes el Grande se había casado con Herodías, quien era su sobrina y la mujer de su hermano, Filipo. Esta unión fue denunciada como ilegítima por Juan el Bautista, el profeta. En su fiesta de cumpleaños, Salomé, hija de Herodías, baila para el rey y sus importantes invitados. Herodes queda tan complacido, ante el espectáculo, que le ofrece a la muchacha, como compensación por su hermoso baile, lo que ella le pida, “hasta la mitad de su reino”, jura.

¿Qué le pido?

La chica, de inmediato,  sale a buscar a su madre y le pregunta,  qué le pide al rey. La mujer responde: “la cabeza de Juan el Bautista”. Y Salomé, la obedece. Le dice a su poderoso padrastro que quiere la cabeza del profeta en una bandeja. Herodes, aunque admiraba y respetaba a Juan, dice la Escritura, por no faltar a su palabra, le concede ese ruin deseo, lo hace decapitar.

¿Por qué?
¿Usted no se ha preguntado por qué esta muchacha, cuando el rey le dice que la complacerá en lo que ella quiera, en lugar de detenerse a pensar en su mayor anhelo, sale a buscar a su madre? ¿Por qué no pide algo personal? Yo sospecho que el mayor anhelo de Salomé se estaba cumpliendo en ese momento. Lo que ella deseaba era poder complacer a su mamá en lo que esta mujer, que debía ser una madre difícil de complacer, le pidiera.

No protesta
De ahí que corre a buscarla y, algo que llama la atención, no protesta, ni se escandaliza, cuando su madre la manda a pedir el asesinato de un inocente. Mientras las escrituras hablan de la congoja de Herodes, por tener que dar la orden, de la muchacha no se dice nada. Extraño,  ¿verdad? Parece una obediencia ciega, o una necesidad de aceptación, por parte de una hija que, tal vez, había sido rechazada, incluso envidiada, por su madre dada su juventud y dotes de bailarina.

¿Y nuestros hijos?

Como parte de los Ejercicios Espirituales, de San Ignacio de Loyola, que nos llevan a leer y reflexionar pasajes de La Biblia, estuve reflexionando sobre esta historia y, cuando la puse a la luz de la actualidad, que es lo que San Ignacio hacía, me pregunté cuántas veces nuestros hijos mandan a decapitar inocentes por complacernos a nosotros, sus padres. De cuántos horrores y deslealtades serán capaces solo por nuestra aceptación.

Creadores de monstruos

Aunque el Cuarto Mandamiento manda  honrar a padres y madres, está claro que nosotros no siempre tenemos la razón, y que podemos forjar, con mucho amor, monstruos llenos de inseguridades y conciencias maleables, capaces de todo por un aplauso o una palmadita en el hombro. Pidamos a Dios que, si llegamos a equivocarnos, como Herodías, nuestros hijos puedan cuestionarnos y mostrar su desacuerdo.  Si Salomé hubiese hecho eso, la historia, que usted y yo nos habríamos aprendido de Juan el Bautista, sería otra.