Mar. Abr 16th, 2024

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¡Me ensucié!

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En mis año s de estudios en Alemania tuve la agradable experiencia de trabajar en dos hospitales, ambos dedicados a personas mayores.

Eran dos ciudades pequeñas , una llamada Saarbrucken y otra de nombre Penzberg. Durante este tiempo, una de las expresiones que más comúnmente escuchaba de los pacientes era ¨me ensucié ¨, haciendo referencia a su incapacidad de controlar los esfínteres.

Fue una experiencia inolvidable, que me dio la oportunidad de ayudar a quienes más lo necesitaban, los enfermos y ancianos. Es normal que a cierta edad se vaya perdiendo el control de ciertas funciones del cuerpo, pero hay personas que hacen de la suciedad un estilo de vida, incluso parte de su cultura.

La poca higiene del cuerpo trae enfermedades que pueden provocar la muerte física, pero peor aún es la suciedad del alma, que puede enfermarla hasta llevarla a la muerte eterna.

No adelanta mucho un pueblo a nivel humano y social si no hace un esfuerzo por ir limpiando esa mugre que va recogiendo en el camino.

La suciedad del cuerpo y del alma es difícil de erradicar, pero la iglesia, a través de las distintas celebraciones litúrgicas del año, nos va dando un empujoncito para salir de esas situaciones en las que rompemos con la dignidad y la decencia que deben caracterizarnos.

La fiesta de Cristo Rey que celebramos recientemente, nos invita a blanquear el espíritu y hacer las paces con Dios y con el prójimo.

Es una ocasión propicia para examinar con qué imagen nos estamos presentando ante quien nos creó y qué ejemplo estamos dejando a las nuevas generaciones. Esta fiesta es un llamado al orden y a analizar nuestra forma de vida de tal manera que podamos corresponder mejor al gran ideal que el Señor nos pide, ser como Él.

Debe llegar el momento en el que entendamos la necesidad de cambiar nuestro estilo de vida y abandonar la cultura de la suciedad.

Hay que dar un paso adelante con la ayuda de Dios a una vida nueva, transparente, no sólo frente a Dios, sino que pueda palparse en nuestros actos hacia los demás.

Porque no tendremos la culpa de ser pobres, pero sí de no ser limpios de corazón.

Fuente: artículo del P. Luis Rosario en Listín Diario