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“¡Miren, vigilen!”

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Cardenal Nicolás De Jesús López Rodríguez

I Domingo de Adviento
29 de noviembre de 2020 – Ciclo A

Este domingo ini­cia el año litúr­gico Ciclo B y comenzamos el tiempo de Ad­viento, momento fuerte del ritmo cristiano, en el que nos preparamos para la ve­nida del Señor, que quiere salvarnos. El evangelio se­gún San Marcos se leerá du­rante todo este ciclo.

a) Del libro del profeta Isaías 63,16b-17.19b.

Isaías, como gran poe­ta, nos regaló esta hermo­sa oración. “Tú, Señor, eres nuestro Padre, tu nombre de siempre es “nuestro Re­dentor”. Llama a Dios “Pa­dre nuestro”, como lo haría cinco siglos después el Hi­jo del Hombre enseñando a sus discípulos a orar. Esta­mos ante una bella oración, un grito angustiado de los repatriados que veían lejos el día de la intervención sal­vífica de Dios.

El profeta sabe que la salvación sólo puede ve­nir de Dios y grita en su an­gustia: “vuélvete por amor a tus siervos y a las tribus de tu heredad. Ojalá ras­gases el cielo y bajases, de­rritiendo los montes con tu presencia”. Isaías an­hela una teofanía salvífi­ca como aquella del Sinaí en la que hasta los montes se estremecieron. El cabal cumplimiento de esta peti­ción-profecía tendría lugar cinco siglos después cuan­do el Hijo de Dios descen­diera para encarnarse en el seno de una Virgen, co­mo lo había anunciado el mismo Isaías en el capítulo 7 de su libro.

b) De la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 1, 3-9.

Corinto, capital de la pro­vincia Romana de Acaya, era una ciudad cosmopoli­ta, tenía una posición geo­gráfica estratégica con dos puertos de mar, la terce­ra más grande del impero con una población de ca­si quinientos mil habitan­tes, a la que San Pablo lle­gó después de su aparente fracaso en Atenas (Hech. 17s). Esta comunidad era muy querida por San Pa­blo y recibió toda clase de dones y carismas, aunque también se sucedieron en ella desviaciones muy se­rias tales como divisiones, envidias, incestos, rivali­dades, pero fueron llama­dos a la fe por el evangelio preciado por Pablo y sus colaboradores.

c) Del Evangelio de San Marcos 13, 33-37.

El discurso escatológi­co según San Marcos se cierra con la parábola del portero, en la que se acen­túa la vigilancia cristiana, tanto a nivel comunitario como personal, en el tiem­po que media entre la pri­mera y la última venida del Señor. Esta parábola nos dice que nuestra vigi­lancia ha de ser activa y constante, porque no sa­bemos el momento de la vuelta del Señor. El he­cho de mencionar cada una de las cuatro vigilias en que se dividía la noche romana -atardecer, me­dianoche, canto del gallo y amanecer- urge la aten­ción perenne como único medio de vencer la som­nolencia y el cansancio durante la espera. Todos los miembros de la comu­nidad cristiana somos los destinatarios de la pará­bola, pues recordemos que la Iglesia primitiva aplicó las parábolas de Jesús a su propia situa­ción concreta.

Aguardar al Señor no le produce el cristiano con­goja o ansiedad porque es una espera confiada. El momento imprevisible de su venida excluye todo te­mor, pues Dios es nuestro Padre y nos llama a parti­cipar en la vida de su Hi­jo. De hecho, esperamos lo que ya poseemos en primi­cia por la fe, que es el fun­damento de nuestra espe­ranza, por eso el esperar cristiano es alegre, sereno y confiado.

Toda la vida cristina de­be ser un perenne Advien­to de vigilancia y oración, que son virtudes herma­nas e inseparables que se apoyan mutuamente; y a la vez actitudes básicas del cristianismo, eje y juicio de una vida animada por la fe y la esperanza.

La expectación dinámi­ca que suscita el Adviento no se detiene en la Navi­dad, sino que continúa su viaje hasta la Vuelta defini­tiva del Señor. Si es cierto que desconocemos el mo­mento de su venida, sí te­nemos la certeza de que Él viene, está viniendo cada día. Vivamos y obremos de tal modo que nos encuen­tre en la vigilancia de la fe y en la oración de la vida, empeñados en construir un mundo más humano y cristiano.

Fuente: Luis Alonso Schökel: La Biblia de Nues­tro Pueblo.
B. Caballero: En las Fuentes de la Palabra.