Del Lunes Santo al Miércoles Santo
2 min readEn la primera mitad de la semana santa no hay celebraciones de particular relieve. Durante dichos días la Iglesia considera profundamente el misterio de la pasión del Señor, como se desprende del misal, del leccionario y de la liturgia de las horas.
En el oficio de lecturas se continúa leyendo la carta a los Hebreos, comenzada el domingo de la quinta semana. Esta nos revela el profundo significado y el valor redentor de los sufrimientos de Cristo, a quien nos presenta en su doble papel de sacerdote y de víctima. Declara de manera inequívoca la eficacia de su sacrificio: “Por una oblación única ha hecho perfectos para siempre a aquellos que santifica” (Heb 10,13).
El tema de la “imitación de Cristo”, que meditábamos en la liturgia de cuaresma, reaparece aquí. Se expresa en las lecturas patrísticas del oficio de lecturas. Lo que Jesús sufrió por nosotros se nos muestra como modelo de nuestra vida cristiana. Así se expresa san Basilio en la lectura propuesta para el martes.
Y así, para llegar a una vida perfecta, es necesario imitar a Cristo no sólo en los ejemplos que nos dio durante su vida, ejemplos de mansedumbre, de humildad y de paciencia, sino también en su muerte, como dice san Pablo, el imitador de Cristo: “Muriendo su misma muerte, para llegar un día a la resurrección de entre los muertos”.
San Agustín aborda el tema de la imitación en su homilía sobre la plenitud del amor cristiano, siguiendo el ejemplo de Cristo cuando entregó su vida por nosotros. Debemos imitar su ejemplo, estando dispuestos, como los mártires, a dar la vida por nuestros hermanos. San Agustín concluye: “Amémonos unos a otros como Cristo nos amó y entregó su vida por nosotros”.
El miércoles santo se introduce la traición de Judas. El evangelio (Mt 26,14-25) describe cómo Judas fue a tratar con los sumos sacerdotes y se ofreció para traicionar a Jesús por treinta monedas de plata. Con esta traición por parte de un discípulo en quien confiaba el Señor, la hora de las tinieblas se aproxima.