Vie. Abr 26th, 2024

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Las Normas Litúrgicas del Tiempo de Pascua.

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Los cincuenta días a partir del domingo de la Resurrección hasta el de Pentecostés se celebran en la alegría y exultación, como si se tratase de un solo día de fiesta, o mejor, de un «gran domingo».

Son los días en que especialmente se canta el Aleluya. Los domingos de este período se consideran como domingos de Pascua, y, después del domingo de Resurrección, se los designa como: segundo, tercero, cuarto, quinto, sexto, séptimo domingo de Pascua. El domingo de Pentecostés cierra este sagrado periodo de cincuenta días.

Los ocho primeros días del tiempo pascual constituyen la octava de Pascua, y se celebran como solemnidades del Señor. Para aquellos adultos que han recibido la iniciación cristiana durante  la Vigilia pascual, este tiempo ha de considerarse como un tiempo de «mis-tagogia». Donde haya neófitos obsérvese cuanto prescribe el Ritual de la iniciación cristiana de adultos.

En todas partes, además, durante la Octava de Pascua, hágase memoria en la plegaria eucarística de los que han recibido el bautismo en la Vigilia pascual.

Los neófitos tengan reservado un lugar especial entre los fieles durante todo el tiempo pascual, en las misas dominicales. Los neófitos procuren participar en las misas junto con sus padrinos. En la homilía y, en cuanto sea posible, en la plegaria universal o de los fieles, hágase mención de ellos.

Los pastores han de recordar y explicar a los fieles, durante el tiempo pascual, el sentido del precepto de la Iglesia de recibir la Eucaristía en este tiempo por los cristianos que ya han hecho la primera comunión.
Se recomienda la celebración prolongada de la misa de la Vigilia de Pentecostés, que no tiene un carácter bautismal como la Vigilia de Pascua sino más bien de oración intensa según el ejemplo de los Apóstoles y discípulos, que perseveraban unánimemente en la plegaria junto a María, la Madre de Jesús, esperando el don del Espíritu Santo.

«Es propio de la fiesta pascual que toda la Iglesia se alegre por el per dón de los pecados que ha tenido lugar no sólo en aquellos que han renacido por medio del santo bautismo, sino también en aquellos que desde hace tiempo son contados entre el número de los hijos adoptivos de Dios».

La misa del día de Pascua se debe celebrar con la máxima solemnidad. En lugar del acto penitencial, es muy conveniente hacer la aspersión con el agua bendecida durante la celebración de la Vigilia; durante la aspersión se puede cantar la antífona Vidi aquam, u otro canto de índole bautismal. Con la misma agua bendecida conviene llenar los recipientes (pilas) que se hallan a la entrada de la iglesia.

Consérvese, donde aún esté en vigor, o restáurese en la medida en que sea posible, la tradición de celebrar las Vísperas bautismales del día de Pascua, du￾rante las cuales, y al canto de los salmos, se hace una procesión al bautisterio.

El cirio pascual, que tiene su lugar propio junto al ambón o junto al  altar, enciéndase al menos en todas las celebraciones litúrgicas de una cierta solemnidad de este tiempo, tanto en la misa como en Laudes y Vísperas, hasta el domingo de Pentecostés. Después, ha de trasladarse al bautisterio y mante- nerlo con todo honor para encender en él el cirio de los nuevos bautizados.

En las exequias, el cirio pascual se ha de colocar junto al féretro, para indicar que la muerte del cristiano es su propia Pascua. El cirio pascual, fuera del tiempo pascual, no ha de encenderse ni perma￾necer en el presbiterio.