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CONSAGREMOS NUESTRAS FAMILIAS AL CORAZÓN DE CRISTO.

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Camino para el corazón del hombre de hoy.

La pregunta de los hombres de todos los tiempos no ha cambiado: ¿Dónde y cómo puedo encontrar la felicidad? En lo profundo de nuestro corazón todos encontramos el mismo deseo: queremos ser felices.

La experiencia nos dice, sin embargo, que la felicidad del hombre sólo se encuentra en la medida en la que es saciada su ansia de infinito. El ser humano está creado para lo que es grande, para el infinito.

Ahora bien, ese deseo de infinito se identifica en nosotros con el deseo de ser amados por un Amor que no tiene límites. He aquí que “Dios es Amor” (1Jn 4,8) y se nos ha manifestado como el Amor infinito, eterno, personal y misericordioso que responde de un modo pleno a las ansias de felicidad que hay en el corazón de todo hombre.

La respuesta a este interrogante nos la da la misma revelación de Dios: Dios es la fuente de la vida, y eliminarlo equivale a separarse de esta fuente, e inevitablemente, privarse de la plenitud y la alegría: “sin el Creador la criatura se diluye”. Podemos comprobarlo en las experiencias e intentos de construir un “paraíso en la tierra” al margen de Dios, efectuados en la sociedad a lo largo de la historia y de hoy.

Las dificultades, conflictos y dudas del corazón del hombre sólo se resuelven en el encuentro con el Corazón de Dios. “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”, dice San Agustín. Esta “inquietud” se refiere a nuestras dificultades para “alcanzar” el Amor como consecuencia de nuestra condición de criaturas, puesto que somos finitos y, más aún, somos pecadores. Una y otra vez tropezamos con nuestro egoísmo y con los desórdenes de nuestras pasiones que nos impiden alcanzar ese Amor.

El corazón del hombre “necesitaba” de un Corazón que estuviera a su “nivel” pero que también fuera omnipotente para sacarlo de su pobreza y de su pecado. Por tanto Dios ha salido al encuentro del hombre en Jesucristo y nos ha amado “con corazón humano”. Por esto dice el Señor: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad mi yugo y aprended de mí, porque soy manso y humilde de corazón, y así encontraréis vuestro descanso» (Mt 11,28-29).

En este encuentro del corazón del hombre con el Corazón de Jesús se ha realizado la Redención: “Desde el horizonte infinito de su amor, de hecho, Dios ha querido entrar en los límites de la historia y de la condición humana, ha tomado un cuerpo y un corazón, para que podamos contemplar y encontrar el infinito en el finito, el Misterio invisible e inefable en el Corazón humano de Jesús, el Nazareno”.

Dice Francisco: “El Corazón de Jesús es el símbolo por excelencia de la misericordia de Dios; pero no es un símbolo imaginario, es un símbolo real, que representa el centro, la fuente de la que ha brotado la salvación para la entera humanidad”.

Esta devoción corresponde más que nunca a las esperanzas de nuestro tiempo. En el fondo de todo hombre resuena una llamada del Amor, una nostalgia de Dios, marginado hoy en nuestra cultura que prefiere rendir culto a los ídolos falsos del poder, del placer egoísta, del dinero fácil. Junto al Corazón de Cristo, el corazón del hombre aprende a conocer el sentido de su vida y de su destino. Cristo, el Verbo encarnado, que nos amó “con corazón de hombre”, lejos de empequeñecer al hombre, difunde luz, vida y libertad para el progreso humano y, fuera de Él, nada puede llenar el corazón del hombre, dice el Concilio Vaticano II (cf. Gaudium et spes, 21).

Jesús compasivo transparenta la misericordia del padre.

Jesús es “manso y humilde de corazón”, compasivo con las necesidades de los hombres, sensible a sus sufrimientos. Los evangelios nos recuerdan su amor privilegiado a los enfermos, a los pobres, a los que padecen necesidad, pues “no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos”, su actitud de acogida con respecto a los pecadores. La vida de Jesucristo transparenta el amor del Padre: “Quien me ve a mí, ve al Padre” (Jn 14, 9).

Toda su existencia terrena remite al misterio de un Dios que es Amor, comunión de Amor, Trinidad de Personas unidas por el recíproco amor, que nos invita a entrar en la intimidad de su vida. Da testimonio del Padre, que es “rico en misericordia” y está dispuesto a perdonar siempre al hijo que sabe reconocerse culpable.

“Sólo el corazón de Cristo, que conoce las profundidades del amor de su Padre, ha podido revelarnos el abismo de su misericordia de una manera a la vez tan sencilla y tan bella” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1439). Como dice Francisco: “Es un amor que no se puede entender. Un amor de Cristo que supera todo conocimiento. Supera todo. Así de grande es el amor de Dios. Y un poeta decía que era como “el mar, sin orillas, sin fondo…”: un mar sin límites. Y éste es el amor que nosotros debemos entender, el amor que nosotros recibimos”.

Hermanos: necesitamos beber de un manantial de verdad y de bondad donde recurrir ante las diferentes situaciones y en el cansancio de la vida cotidiana. Nos hace falta el descanso en el amor de Cristo para confiar y percibir la presencia del Señor Jesús junto a nosotros. Su corazón estaba lleno de un amor perfecto al Padre y a los hombres. Nosotros aprendemos lo que es amor tratando de comprender y de vivir algo del amor de Cristo y reparando con nuestra entrega por las ofensas de nuestros pecados y de todos los hombres.

Bendiciones.

P. Rovinson Mejia