Mar. Abr 16th, 2024

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Sagrados Corazones de Jesús y María. Refugios de amor.

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En el mes que la iglesia celebra los Dos Corazones: el Sagrado Corazón de Jesús Nuestro Señor y el Inmaculado Corazón de su Madre, la Virgen María, contemplemos a quien Dios mismo los confió a su cuidado y protección y hoy nos enseña a fijar nuestra mirada en los Sacratísimos refugios de amor y protección, pero sobre todo de segura salvación que Dios Nuestro Padre nos ha brindado por medio del Espíritu Santo.

En este tiempo de tribulación para el mundo el Papa Francisco ha dedicado todo un año Jubilar a San José quien fue la figura paternal visible de Jesús y el esposo de nuestra Santísima Madre, la Virgen María con quien se desposo y dedico su vida a servirle como el “Custodio de Dos Corazones”, El Sagrado Corazón de Jesús, el cual adoramos y el Inmaculado Corazón de María, el que veneramos.

Cuando hablamos de San José, le envuelve a su persona un silencio; silencio que vivió toda su vida. Recordando cuando el Niño Jesús se pierde en el templo y al cabo de tres días se regresan para encontrarlo en medio de los sacerdotes, la única que le reclama a Jesús su desconsideración fue María su Madre. ¿Por qué José guardo silencio? Dice la misma escritura que María guardaba todo en su corazón. Pero cuando los esposos se casan el Corazón de uno se une al del otro para ser UN SOLO CORAZON, UN SOLO CUERPO, UNA SOLA ALMA.

El corazón de José me atrevo afirmar era uno mismo con el corazón de María y su silencio era un discurso amoroso, cargado de sentimiento ante la angustia que sufría el Corazón de María y el dolor del Corazón de Jesús. Su misión es considerada después de la Santísima Virgen María, la más trascendental que Dios confiara a criatura alguna, y al mismo tiempo la más secreta: salvaguardar «los tesoros de Dios» –Jesús y María–y proteger con su silencio, presencia y santidad el misterio de la Encarnación y el misterio de la Santísima Virgen María.

Las Vidas de María y José fueron radicalmente escondidas para bien del Niño Dios; ahora –en estos momentos tan difíciles de la historia– han salido a relucir para dar a los hombres testimonio del amor de Dios por la humanidad, y de lo que hace en los corazones de aquellos que son fieles a Su voluntad. Y así vemos como se ha despertado en este Año Jubilar dedicado a San José la devoción, un nuevo interés por su persona, en su santidad, en su misión y en su intercesión.

Dios quiere hacer relucir la persona y misión de San José en su relación con el Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María. Esto se confirma en las apariciones de la Virgen de Fátima, en Portugal. En la última aparición de la Virgen, el 13 de octubre, San José aparece junto con el Niño Jesús y bendice al mundo. Sor Lucía, la principal vidente, nos relato lo sucedido:

«Mi intención [en gritar a la gente que miraran hacía arriba,]no era llamarles la atención hacia el sol, porque yo no estaba consciente de su presencia. Fui movida a hacerlo bajo la dirección de un impulso interior. Después que Nuestra Señora había desaparecido en la inmensidad del firmamento, contemplamos a San José con el Niño Jesús y a nuestra Señora envuelta en un manto azul, al lado del sol. San José y el Niño Jesús aparecieron para bendecir al mundo, porque ellos trazaron la Señal de la Cruz con sus manos. Cuando un poco más tarde, esta aparición desapareció, vi a nuestro Señor y a la Virgen; me parecía que era Nuestra Señora de los Dolores. Nuestro Señor apareció para bendecir al mundo en la misma manera que lo hizo San José. Esta aparición también desapareció y vi a Nuestra Señora una vez más, esta vez como Nuestra Señora del Carmen.»

Ese día en Fátima se hicieron presente los Dos Corazones y San José. Dios nos revela los Corazones de Jesús y María pues ellos son la esperanza de la humanidad. Es la fuente inagotable de amor y la misericordia de estos Dos Corazones la que salvara al mundo del pecado y de la muerte. Pero el misterio de la presencia de San José revela que, unido al amor de los Dos Corazones, Dios espera y busca el amor y la respuesta del hombre para con su hermano. “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?” Y señalando con la mano a sus discípulos, agregó: “Éstos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”. (Mt.12, 48-50)

Todo hombre que con su amor, intercesión y reparación, sumergidos en el amor de Jesús y María, también alcanzara las gracias de conversión y santidad. Y es que Dios salvará la humanidad por medio del amor: el amor de Jesús y María y de todos aquellos que, como San José, se unan y vivan insertados en estos Corazones.

San José vivó en perfección la consagración al Inmaculado Corazón de María. Es él, el perfecto devoto de la Virgen, y nosotros debemos aprender de él. San Juan Eudes escuchó del Corazón Eucarístico de Jesús: «Te he dado este admirable Corazón de Mi Madre, que es Uno con el Mío, para ser Tu verdadero Corazón también…para que puedas adorar, servir y amar a Dios con un corazón digno de su Infinita Grandeza». San José es el primer ejemplo del mensaje recibido sin duda.

Pidámosle a San José que nos enseñe como amar con todo nuestro corazón a la Santísima Virgen, a quien amó con todas las fuerzas de su corazón hasta llegar a ser “Un solo Corazón” y de quien recibió, con profunda gratitud, el Sagrado Corazón de Jesús, El Salvador.

San José protector de toda la familia humana

San José, dado como protector de los Dos Corazones en el principio, es ahora encomendado por Dios como protector de toda la familia humana. En este año ha crecido mi amor hacia este gran santo y ello me impulsa a imitar sus virtudes e implorar su intercesión en mi misión de esposa y madre.

San José es protector de todos aquellos que aman a los Dos Corazones, que se han unido a ellos y que promueven su pronto Reinado en la humanidad.  En la Carta Apostólica Patris Corde en ocasión del 150 aniversario de la Proclamación de San José con Patrono de la Iglesia, el Papa Francisco nos recuerda de forma particular que “La felicidad de José no está en la lógica del auto-sacrificio, sino en el don de sí mismo. Nunca se percibe en este hombre la frustración, sino sólo la confianza. Su silencio persistente no contempla quejas, sino gestos concretos de confianza. El mundo necesita padres, rechaza a los amos, es decir: rechaza a los que quieren usar la posesión del otro para llenar su propio vacío; rehúsa a los que confunden autoridad con autoritarismo, servicio con servilismo, confrontación con opresión, caridad con asistencialismo, fuerza con destrucción.

Toda vocación verdadera nace del don de sí mismo, que es la maduración del simple sacrificio.

También en el sacerdocio y la vida consagrada se requiere este tipo de madurez. Cuando una vocación, ya sea en la vida matrimonial, célibe o virginal, no alcanza la madurez de la entrega de sí misma deteniéndose sólo en la lógica del sacrificio, entonces en lugar de convertirse en signo de la belleza y la alegría del amor corre el riesgo de expresar infelicidad, tristeza y frustración. (Patris Corde #7)

Celebremos con alegría estas dos solemnidades que conmemora nuestra Iglesia consagrándonos como Familia al Sagrado Corazón de Jesús y al Corazón Inmaculado de su Madre del Cielo junto a San José. Esta devoción, si se vive  íntegramente en comunión con la Iglesia, nos alcanzara la salvación eterna.

¡San José, Custodio de los Dos Corazones, Ruega por nosotros!