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Humanae Vitae un regalo sin abrir: ¡Abrámosle Juntos!

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ENCÍCLICA HUMANAE VITAE

Hermanos, recorramos juntos estas líneas, las cuales llevan el mensaje de la Humanae Vitae publicada el 25 de Julio de 1968, y hoy conmemoramos  53 años de su publicación.

Un regalo, que debemos abrir para que todos los católicos de esta y de las futuras generaciones caminen iluminados por la doctrina que en ella se defiende, y que se expresa en un lenguaje apropiado para el alcance de los que estén dispuestos a vivir plenamente como hijos de Dios en tiempos de modernidad y progresismo.

Para enriquecer esta primera idea les comparto la siguiente reflexión, inspirada en una de las Homilías  de San Gregorio de Nisa sobre el Cantar de los Cantares 15: El Señor nos instruye hasta que finalmente lleguemos a la madurez del conocimiento, lo cual nos libera de todos los vicios y nos purifica, dando paso a la Gloria del Espíritu Santo, cuando transformados por Él, llegamos a ser uno en Cristo, como Cristo es uno en el Padre.

Pablo VI,  hoy San Pablo VI, nos dirige la Humanae Vitae con estas palabras: “Venerables hermanos y amados hijos, salud y bendición apostólica”.

Hemos de saber que en todo tiempo el Señor actúa en favor de su pueblo. El siempre instruye con amor y firmeza a sus hijos, pues así  lo necesitamos. Recordemos la Primera carta a los Corintios 3,2 cuando San Pablo dice: “no pude hablaros como a personas espirituales, sino como a carnales, como a niños en la fe de Cristo”;  y en ese lenguaje simple y llano, que nutre el Espíritu de los Hijos de Dios, está escrita en mi parecer, la Encíclica Humanae Vitae, de la cual les compartiré el mensaje dado a los esposos. Es un documento corto, sin embargo se exponen temas fundamentales a diversos receptores, por ello hoy quiero resaltar el mensaje para la fuente principal de vida: La Familia.

El debate sobre el control de la natalidad y la Encíclica Humanae Vitae de  Pablo VI | Revista SIC - Centro Gumilla

En su introducción nos recuerda como el deber de transmitir la vida humana ha sido siempre para los esposos, colaboradores libres y responsables de Dios creador, fuente de grandes alegrías aunque algunas veces acompañadas de no pocas dificultades y angustias. Por ello, dado que la sociedad ha verificado cambios que han hecho surgir nuevas cuestiones, la Iglesia que es Madre y Maestra, no podía ignorar por tratarse de una materia relacionada tan de cerca con la vida y la felicidad de los hombres.

Control de la Natalidad

Humanae Vitae: el don del amor conyugal 6/12 - YouTube

Saber que esa realidad requiere sacrificios que pueden llegar a ser algunas veces heroicos, dado el creciente sentido de responsabilidad del hombre moderno, ha llegado el momento de someter a su razón y a su voluntad, más que a los ritmos biológicos de su organismo, la tarea de regular la natalidad. 

En una visión global del hombre  invita a ver el problema de la natalidad (nota del autor: problema planteado por gobiernos, demógrafos y economistas), a la luz de una visión integral del hombre y de su vocación, no sólo natural y terrena sino también sobrenatural y eterna.

El amor conyugal revela la verdadera naturaleza y nobleza cuando es considerado en su fuente suprema, Dios, que es Amor, “el Padre de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra”.

El matrimonio es una sabia institución del Creador para realizar en la humanidad su designio de amor. Los esposos, mediante su recíproca donación personal, propia y exclusiva de ellos, tienden a la comunión de sus seres en orden a un mutuo perfeccionamiento personal, para colaborar con Dios en la generación y en la educación de nuevas vidas.

En los bautizados el matrimonio reviste, además, la dignidad de signo sacramental de la gracia, en cuanto representa la unión de Cristo y de la Iglesia.

Las características del amor, bajo esta luz, es un amor plenamente humano, es decir sensible y espiritual al mismo tiempo. Es un amor total, esto es, una forma singular de amistad personal, con la cual los esposos comparten generosamente todo, sin reservas indebidas o cálculos egoístas; es un amor fiel y exclusivo hasta la muerte, siendo la fidelidad siempre posible, noble y meritoria; es un amor fecundo, que no se agota en la comunión  entre los esposos sino que está destinado a prolongarse suscitando nuevas vidas.

Los hijos son, sin duda, el don más excelente del matrimonio y contribuyen sobremanera al bien de los propios padres.

Paternidad Responsable

La paternidad responsable hay que considerarla bajo diversos aspectos legítimos y relacionados entre sí, ante toda la presión insistente en inferir, en tergiversar los aspectos de este tema, magistralmente la Encíclica nos dice que la paternidad responsable significa conocimiento y respeto de las funciones biológicas; la inteligencia descubre, en el poder de dar la vida, leyes biológicas que forman parte de la persona humana.

Se requiere de un dominio necesario sobre las pasiones haciendo ejercer sobre ellas la razón y la voluntad. Comporta sobre todo una vinculación más profunda con el orden moral objetivo, establecido por Dios, cuyo fiel intérprete es la recta conciencia, pues exige que los cónyuges reconozcan plenamente sus propios deberes para con Dios, para consigo mismo, para con la familia y la sociedad, en una justa jerarquía de valores. Los esposos deben conformar una conducta a la intención creadora de Dios, manifestada en la misma naturaleza del matrimonio y de sus actos y constantemente enseñada por la Iglesia.

FINALIDAD DEL MATRIMONIO

Respetar la naturaleza y la finalidad del acto matrimonial con los cuales los esposos se unen en casta intimidad, como ha recordado el Concilio Vaticano II: “honestos y dignos”. Dios ha dispuesto con sabiduría leyes y ritmos naturales de fecundidad que por sí mismos distancian los nacimientos. Por ello es viable, vivir la fidelidad al plan de Dios al reconocerse como administradores del plan del creador, respetando la vida como sagrada como lo recordaba Juan XXIII: desde su comienzo, compromete directamente la acción creadora de Dios.

Por ello la doctrina es promulgadora de la ley divina, que como en todas las grandes y beneficiosas realidades, exige un serio empeño y muchos esfuerzos de orden familiar, individual y social; que aquel que reflexione seriamente, no puede menos de aparecer que tales esfuerzos ennoblecen al hombre y benefician la comunidad humana.

El dominio de sí mismo mediante la razón y la voluntad libre, da paso a una práctica propia de la pureza de los esposos, beneficioso para los cónyuges permitiéndoles desarrollar íntegramente su personalidad, enriqueciéndose de valores espirituales: aportando a la vida familiar frutos de serenidad y de paz y facilitando la solución de otros problemas; favoreciendo la atención hacia el otro cónyuge; ayudando a superar el egoísmo, enemigo del verdadero amor, y enraizando más su sentido de responsabilidad.

Los padres adquieren así la capacidad de un influjo más profundo y eficaz para educar a los hijos; los niños y los jóvenes crecen en la justa estima de los valores humanos y en el desarrollo sereno y armónico de sus facultades espirituales y sensibles. – ¿ No es esto acaso lo que tanto estamos necesitando en nuestros tiempos?- .

Anima a los esposos cristianos a ser dóciles a la voz de Dios, recordar que su vocación cristiana, iniciada en el bautismo, se ha especificado y fortalecido ulteriormente con el sacramento del matrimonio. Es necesario que los esposos afronten, apoyados por la fe y por la esperanza, pues ha confiado el Señor la misión de hacer visible ante los hombres la santidad y la suavidad de la ley que une el amor mutuo de los esposos con su cooperación al amor de Dios, autor de la vida humana.

No es nuestra intención ocultar las dificultades, a veces graves, inherentes a la vida de los cónyuges cristianos; para ellos como para todos «la puerta es estrecha y angosta la senda que lleva a la vida». La esperanza de esta vida debe iluminar su camino, mientras se esfuerzan animosamente por vivir con prudencia, justicia y piedad en el tiempo conscientes de que la forma de este mundo es pasajera.

Afrontar las dificultades de la familia

Afronten, pues, los esposos los necesarios esfuerzos, apoyados por la fe y por la esperanza que «no engaña porque el amor de Dios ha sido difundido en nuestros corazones junto con el Espíritu Santo que nos ha sido dado»; invoquen con oración perseverante la ayuda divina; acudan sobre todo a la fuente de gracia y de caridad en la Eucaristía.

Y si el pecado les sorprendiese todavía, no se desanimen, sino que recurran con humilde perseverancia a la misericordia de Dios, que se concede en el sacramento de la penitencia.

Copia de PATERNIDAD Y MATERNIDAD RESPONSABLE by

Podrán realizar así la plenitud de la vida conyugal, descrita por el Apóstol: «Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia (…). Los maridos deben amar a sus esposas como a su propio cuerpo. Amar a la esposa ¿no es acaso amarse a sí mismo? Nadie ha odiado jamás su propia carne, sino que la nutre y la cuida, como Cristo a su Iglesia (…). Este misterio es grande, pero entendido de Cristo y la Iglesia. Por lo que se refiere a vosotros, cada uno en particular ame a su esposa como a sí mismo y la mujer respete a su propio marido»

Este regalo fue dado en Roma, junto a San Pedro, en la fiesta del apóstol Santiago, 25 de julio de 1968 por Pablo VI, y es momento de Abrirlo Juntos, esta generación de Hijos de Dios para las demás generaciones de Hijos de Dios.