Vie. Abr 26th, 2024

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Cuaresma: oportunidad para contemplar más de cerca a Jesús.

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La cuaresma es un tiempo especial y privilegiado de purificación, y nos ayuda para este propósito los medios que nos ofrece nuestra Iglesia para poder seguir profundizando en nuestro conocimiento y contemplación de Jesús, en este recorrido que haremos junto a Él en este camino cuaresmal que iniciamos. 

La cuaresma nos invita a que, como María, hermana de Martha y Lázaro, nos sentemos a los pies del Maestro a escuchar sus enseñanzas. Este es el tiempo propicio para acompañar al Hijo de Dios, Señor de señores, en este camino de su Pasión y Muerte, que culminará en el calvario, donde será crucificado en medio de dos ladrones. 

La cuaresma es también, junto a la Semana Santa, un tiempo fuerte de profundización de nuestra fe, confianza, amor, conocimiento, misericordia, piedad y servicio a Dios. Si es cierto que ver, reflexionar y meditar en estos aspectos de la vida de Jesús a muchos nos aterra el verlo sufrir, padecer y morir de esta manera en la cruz, no es menos cierto que también es un gran tesoro que nos participa espiritualmente y que no podemos callarnos, sino más bien hay que buscar la manera de cómo compartirlo con los demás.

Tenemos que penetrar, sin miedo, en la reflexión y meditación de los diferentes episodios que nos presenta el evangelio para este tiempo de penitencia para descubrir, al mismo tiempo, el mensaje que los mismos evangelistas nos quieren transmitir. Por esto es por lo que debemos estar atentos, como discípulos de Jesús, a su palabra.

Tenemos que recordar que la cuaresma no sólo es un tiempo fuerte de penitencia y privaciones, ayuno y abstinencia, de oración más intensa y de dar limosna. Es un tiempo también para aprovechar y limpiar nuestra alma, nuestro corazón, nuestro interior… nuestra conciencia a través y por medio del sacramento de la confesión y reconciliación; que nos sirva para purificar nuestra alma.

Todo el ambiente debe estar dispuesto para ello: los ornamentos en las celebraciones litúrgicas, la austeridad de los adornos y las flores, el sentido más meditativo de los cantos en la misa. La cuaresma también debe de ser un tiempo de recogimiento personal en nuestro desierto espiritual; que nos sirva para encontrarnos con el Señor en un diálogo de fe y amor, para regresar fortalecidos y continuar nuestro caminar.

Cuarenta días con sus noches es un tiempo de penitencia, ni corto ni largo, pero sí suficiente para prepararnos para una misión. Cuarenta días con sus noches fue también el tiempo suficiente para la purificación del mundo, de la humanidad, para la renovación de la creación, con en el diluvio. Cuarenta años fue el tiempo suficiente del peregrinar del pueblo de Israel por el desierto para llegar a la tierra prometida y de la formación del pueblo de la alianza.

Este tiempo de cuaresma debe llevarnos a profundizar en la intimidad con Dios. No se trata de andar por las calles dando gritos para que se fijen en nosotros y vean cómo hacemos penitencia y obras de misericordia.

El que hace esto, el que obra de esta manera, lo pierde todo porque, el único que tiene que ver nuestro sacrificio es el Padre celestial, que ve en lo secreto y ahí en lo secreto, nos recompensará. Por eso, la vivencia cuaresmal se trata de ganar, no de perder. De no vivirla con hipocresía, sino con autenticidad, fe, devoción y amor cristiano.

No se trata de hacernos notar sino más bien que, por nuestras obras, sea el Señor que sea notado, alabado y glorificado. Todos tenemos que hacer sacrificios y penitencia, pero esto debe de realizarse en lo secreto, en la intimidad personal. No hay que preguntar al otro ni tampoco que nos pregunten qué sacrificio o penitencia nos hemos propuesto para esta cuaresma.

Propongámonos practicar reales penitencias, como podrían ser:  renunciar a los chismes, a criticar a los demás, a la impaciencia, a enojarse por todo, a pelearse con todos, a no perdonar a nadie, al egoísmo, a la envidia.

San León Magno decía: “Estos días cuaresmales nos invitan de manera apremiante al ejercicio de la caridad; si deseamos llegar a la Pascua santificados en nuestro ser, debemos poner un interés especialísimo en la adquisición de esta virtud, que contiene en sí las demás y cubre multitud de pecado”.

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Por esto, busquemos el sincero arrepentimiento de nuestros pecados y la gracia santificante por medio del sacramento de la confesión y reconciliación; luchemos por cambiar aquello que sabemos que tenemos que cambiar. No se trata de seguir repitiendo “soy así, y el que quiera acercarse a mí, tiene que aceptarme tal cual, porque no voy a cambiar”. Tenemos que fortalecer la oración, el diálogo con Dios. Y qué mejor oración, – la que le agrada a Dios -, que la que sale del corazón.  

Aprovechemos este tiempo para avanzar en nuestra conversión. El Señor nos dice: “conviértanse a mí de todo corazón, con ayuno, llanto y luto. Rasguen sus corazones, y no sus vestiduras”. Y el apóstol san pablo nos dice: “No echemos en saco roto la gracia de Dios; este es un tiempo de gracia; ahora es el día de la salvación”. La cuaresma es también un tiempo de alegría y esperanza. Vivámosla como un tiempo de cambios.