Vie. Abr 26th, 2024

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Ignorancia, irracionalidad y desorden

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Las personas pasamos por tres estadios básicos: la inocencia, la ignorancia y la sabiduría.

INOCENCIA

El primero, la inocencia, es una condición propia de los infantes. La inocencia de un niño no es ignorancia, ni ingenuidad ni falta de madurez; sino más bien, irradiación de la sorpresa, de la ilusión, de la imaginación, de la limpieza y del modo maravilloso de los niños percibir la realidad. Esta no se preserva toda la vida, se ha de desfilar a otros estados. Su inocencia fulgura en su mirada, en su curiosidad, en su capacidad de perdón, en su ausencia de prejuicio y en su ilusión.

IGNORANCIA

La ignorancia, por el contrario, alude a carencia de conocimiento o información en diversos niveles. Se califica esta, a veces, como ignorancia supina; es decir, desconocimiento de aspectos elementales de la vida y de la convivencia en las diversas instancias; tal condición puede tener sus raíces en la negligencia. La ignorancia es algo que nunca podremos extinguir, dada la amplitud del conocimiento, y los límites del individuo. Sin embargo, los principios, costumbres y leyes elementales, hay que conocerlos y aplicarlos.

SABIDURÍA

Por otra parte, la sabiduría que es la plenitud y profundidad del conocimiento que se adquiere mediante el estudio, la observación o la experiencia; alude a la capacidad del individuo de actuar con sensatez y prudencia. Por supuesto, la sabiduría plena, en el ser y en el hacer, nunca la tendremos, solo Dios.  Los desplazamientos que realizo por las avenidas y autopistas del país; y, además, los reportes de los diarios de circulación nacional, hablan de lo maravilloso de nuestro país, pero también de los comportamientos insensatos de ciudadanos desaprensivos; sin lugar a dudas, son fruto de la ignorancia y del poco ejercicio del sentido común.

DESORDEN VIAL

Desde la psicología puedo entender también que bastantes actos humanos son impulsados por condiciones específicas de la persona, por ejemplo: el miedo, la premura y la ansiedad que se vive diariamente, en la casa, en los centros educativos, en el trabajo y en la vía pública.

Por ejemplo, el colapso que se genera en las principales avenidas y autopistas de la nación después de asuetos prolongados, tales como: Navidad y Semana Santa. O sea, se verifica una incapacidad de mantener el orden, para respetar el derecho propio y el ajeno, manteniendo una simple fila; pero no, por lo regular, los automovilistas se empeñan en convertir una carretera de dos carriles en tres o en cuatro.

Tales comportamientos recrean un cuadro que manifiesta, aunque duela decirlo, una ignorancia supina, una irracionalidad descomunal fruto, posiblemente, de un bloqueo ansioso de la razón o de una falta de sensatez o de prudencia. Estudios realizados señalan que al conducir un vehículo es posible medir, con bastante precisión, los niveles de madurez y cortesía de una persona.

En el desorden vial del país inciden muchas variables, pero el carácter, la ansiedad, el histrionismo, el individualismo, el incumplimiento de la ley de tránsito y el miedo no pueden faltar.

Pero, no olvidemos, además, la ingesta de sustancias alucinógenas o de alcohol: enemigos de los comportamientos prudentes, porque alteran la regulación de las emociones desagradables, afectan el control inhibitorio de los impulsos y trastornan la toma de decisiones.