Vie. Mar 29th, 2024

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Sacerdotes y asesinos

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Ayer la Iglesia conmemoró el Día de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, precisamente, el nombre de la parroquia donde, el pasado lunes, Miguel Cruz de la Mota se entregó tras asesinar al ministro de Medio Ambiente, Orlando Jorge Mera. Su aparición allí fue como colocar una bomba a los pies del padre José Arismendi de León, que habrá pasado el día del patrono de su parroquia con menos paz de la esperada, pues, este cura se ha convertido en parte de una historia en la que nadie querría verse involucrado. Él recibió el arma de fuego utilizada en el crimen y escuchó la confesión de Cruz Mota, quien reconoció haber cometido ese hecho terrible. Eso convierte al padre Arismendi en un testigo clave que, muy probablemente, tendrá que acudir, más de una vez, a dar su testimonio de lo ocurrido.

El padre Ruddy

El pasado mes de abril, un amigo sacerdote, Ruddy Belén Rosario, atravesó por una situación similar. Estaba en la Parroquia Santa María Madre de Dios, atendiendo a sus feligreses, cuando llegó un hombre y le pidió hablar en privado. El visitante le dijo que era Cristian Mata González, acusado de matar de varias puñaladas a Rosalinda Luciano, en Boca Chica, y que estaba dispuesto a ponerse en manos de la Policía. El padre Ruddy llamó a las autoridades de inmediato.

No hay manual

Como lo conozco, es alguien dedicado a su iglesia, me imagino la impresión que debió experimentar este joven sacerdote al caerle en las manos esa situación tan compleja. Lo mismo debe haber sentido el padre Arismendi. No hay un manual para que los curas reciban criminales, supongo, pero su ministerio los obliga a tratar con el mismo sentido humano al agresor que al agredido. Y gracias a Dios que es así.

Exponen sus vidas

Imagine si no hubiese nadie en quien el autor de un delito tan grave confiara. Una persona armada y perseguida, como una fiera, es un peligro para cualquiera que se cruce en su camino. Los sacerdotes exponen sus vidas cuando reciben a un criminal confeso. No saben cómo va a reaccionar ese individuo, si hay mala fe en él, si cambiará de opinión o cómo será el encuentro entre este y las autoridades, mientras, ellos deben permanecer en medio, en su papel de mediadores. Encima, los que no estamos metidos en ese embrollo, desde fuera, juzgamos con mucha facilidad su comportamiento. Los periodistas queremos declaraciones, que algunos religiosos no son amigos de ofrecer, y particulares opinan por las redes sobre lo que debieron hacer o no, al enterarse de enfrente de quién estaban.

Figuras creíbles

Yo lo que he visto, en estos dos casos recientes, es que todavía los sacerdotes cuentan con una credibilidad que la sociedad necesita preservar. Gracias a ellos estas personas, que han cometido infracciones graves, están en manos de la justicia sin que se derramara más sangre. Eso es un aporte a un país donde no necesitamos ni un hecho más de violencia.

Además, ofrece tranquilidad a las familias involucradas, a las de las víctimas y a las de los agresores. En fin, por el papel que han jugado estos curas, yo creo que todos debíamos decirles, al menos, gracias.

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